Rubén Juste: “Los grandes gestores de fondos pueden articular empresas y Estados” (14/12/2020).

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La nueva clase dominante (Arpa, 2020) es el último ensayo del sociólogo e investigador Rubén Juste (Madrid, 1985). El libro ha sido reseñado por Juan Luis Cebrián, el factótum del Grupo Prisa, que sabe muy bien cuál es el poder que esos fondos de inversión han adquirido a costa de las compañías tradicionales: Vanguard Group tiene el 1,56% del control de Prisa. Poco, si se ve solo el árbol, mucho si se ve el bosque.

Este fondo está en las 35 empresas del índice de referencia de la bolsa española con porcentajes que nunca superan el 5% pero que sobran para influir en todas ellas, por separado y en conjunto. Junto a BlackRock, Blackstone o Fidelity, son los fondos de inversión más poderosos del planeta. Y en un mundo que arrastra una crisis de productividad eterna, los fondos de inversión son los nuevos reyes. En mitad de la pandemia que lo cambia todo, el poder de los gestores de activos se incrementa. Porque, como explica Juste, ganan con la incertidumbre y también ganan cuando los Gobiernos, enfáticamente, prometen “recuperar el control” de la economía.

El libro fue concebido antes del covid-19 pero la situación derivada del coronavirus parece refrendar la hipótesis que lanzas en La nueva clase dominante. ¿Ha sido el virus un acelerador del paso a una sociedad postcorporativa, en la que las empresas tradicionales sucumben al poder de los grandes fondos de inversión?

Es verdad que el virus y todo el ciclo de la pandemia han agudizado el poder económico que tenían las tecnológicas y algunos fondos. Estos se han visto beneficiados por la retirada de otros capitales, por el derrumbe de negocios tradicionales, por un montón de procesos económicos, pero también es cierto que se han acelerado las contradicciones en torno a su capacidad de articulación política. Hay un cierto efecto del “rey desnudo” en este momento: toda la arquitectura institucional que había antes, que eran Estados capacitados y empresas más o menos descapitalizadas, ha dado paso a una incapacidad crónica de afrontar una situación pandémica. Esto significa que han perdido cierta legitimidad. Eso lo estamos viviendo tanto en España como en otros países: cómo esa estructura institucional, que era la de la escasez, está generando un conflicto en la sociedad.

Se ve tanto cuando no había vacuna como ahora cuando hay perspectiva de una vacuna. Se benefician los mismos: BlackRock seguía teniendo beneficios en primavera, y los tendrá ahora, siendo el principal accionista de Moderna

¿Estamos volviendo a una fase en la que los Estados muestran su capacidad para mover la economía o, al contrario, ese movimiento de repliegue es para que los Estados ejerzan de agente político de esos fondos de inversión?

Es un momento de espejismo, en el que la idea es volver atrás, pero en la práctica vemos un continuismo en la asimetría de poder entre ciudadanos y grandes propietarios o grandes fortunas. Esto se ve, por ejemplo, en Estados Unidos, donde la victoria de Biden es una especie de espejismo de “vuelta al Estado”. Pero lo que hay en realidad es una reacomodación de las élites para legitimar la dominación por parte del gran capital. Y sucede a nivel global. En ese espejismo, determinadas élites retoman un cierto control bajo esa idea de vuelta al pasado, pero en lo material se busca acrecentar más aún algunas tendencias, como puede ser el poder de los grandes fondos. Lo vemos en el caso de BlackRock y en su acomodación a las “políticas verdes” de la Comisión Europea pero no solo; las compras masivas de los bancos centrales siguen engordando las cuentas de estos fondos.

Da la sensación de que ganan si hay un progreso para la mayoría porque se saben colocar en los nichos de mercado, es el ejemplo de Goldman Sachs y su gestión de las inversiones “verdes” del paquete de estímulos Next Generation, pero también ganan si todo se va al traste con las operaciones financieras especulativas ¿Es así?

Vivimos una especie de automatismo capitalista que va más allá de las crisis. Ya no estamos en ese mundo donde el avance de una empresa era el avance de los accionistas, sino que ahora las crisis de las empresas pueden ser las oportunidades de los inversores. Por tanto, en este periodo, la incertidumbre es la base de la evolución social. Esto ya lo decían algunos economistas en los años 50, respecto a ese automatismo del capital, el desprendimiento respecto a las empresas y a las instituciones; y ahora lo que se está viviendo es un aceleramiento en el cual la crisis es una oportunidad. Se ve tanto cuando no había vacuna como ahora cuando hay perspectiva de una vacuna. Se benefician los mismos: BlackRock seguía teniendo beneficios en primavera, y los tendrá ahora, siendo el principal accionista de Moderna. Con lo cual, ganan en cualquier caso. Quienes pierden son otros.

Actualmente casi todas las empresas del Ibex tienen un apoyo, una sujeción, en los grandes fondos de inversión, desde Florentino Pérez a la gran banca, las constructoras o los medios de comunicación

¿Entre los que pierden están el Ibex35 y la empresa tradicional española?

Vivimos la crisis ─y esto se puede ver muy bien con las elecciones en Estados Unidos─ de lo que podemos llamar el “nacional-patrimonialismo”. Es una clase muy unida al Estado, tiene una mentalidad más bien patriota, de derechas, muy ligada a la pequeña pero también a la gran propiedad. Esa es la clase que se está viendo más afectada por esta crisis en el interior del capital. No tiene un refugio político claro más allá de las nuevas tendencias de ultraderecha. Antes de la pandemia ya estaba en un proceso de desintegración y de subsunción al capital internacional. El Partido Popular era su baluarte, y sucede que la crisis del PP es la crisis de ese nacional-patrimonialismo, que ahora mismo se está viendo desintegrado. Lo forman en su base pequeños propietarios, comerciantes, hosteleros... que se están viendo desamparados y por ello están canalizándose hacia determinados proyectos políticos.

¿Esa degradación de ese proyecto político-económico tiene también un componente generacional?

Ese bloque nació después de la guerra, junto a la dictadura. Se vinculó a una forma de Estado determinada y, por tanto, a los partidos dominantes, al PP y al PSOE. Estaba muy vinculada a la banca tradicional y a las cajas de ahorros. En 2008 es cuando sufre no su “gran crisis” ─porque nunca se van a hacer pobres─ pero sí la subordinación al capital internacional. Actualmente casi todas las empresas del Ibex tienen un apoyo, una sujeción, en los grandes fondos de inversión, desde Florentino Pérez a la gran banca, las constructoras ─como OHL, la gran perdedora─ o los medios de comunicación, que han sido los grandes baluartes del régimen, y que ahora han quedado subsumidos a esa cadena internacional de intermediarios que son fondos, gestores e inversores.

La pregunta es cómo puede ser que sean accionistas pero que su participación no suponga un monopolio. Eso quiere decir que ejercen una posición de monopolio subterránea, equivalente a lo que ejercían antes otros capitales

¿Qué papel tienen estos “nuevos” actores?

Antes eran las grandes empresas, los altos ejecutivos, los que más o menos se coordinaban y coordinaban una visión común, incluso alterando las reglas del mercado ─formando cárteles y estableciendo esquemas de alteración de la competencia─ ahora son estos grandes inversores, Vanguard y BlackRock, los que se erigen como la nueva arquitectura institucional. Digamos que le han dado la vuelta al calcetín. No son las empresas, sino los accionistas los que tejen esta gran arquitectura del capitalismo. Te da una idea de su poder el hecho de que esos fondos participen en una de cada dos empresas cotizadas de la mayor parte del mundo, por no decir de todo el mundo.

Está Vanguard, está Fidelity, Blackstone en el tema inmobiliario, el fondo soberano de Noruega, etcétera. Pero el que aparece en primer plano es BlackRock. ¿Cómo opera este fondo?

BlackRock es el mayor gestor de fondos por activos del mundo, pero también es, digamos, el tipo ideal de lo que es este nuevo capitalismo, tanto por cómo nace ─surge de favores políticos y se refuerza en 2008 gracias a favores políticos─, como por su propia arquitectura institucional. Funciona como una serie de fondos de fondos que capilarizan toda la economía, pero sin responsabilizarse de sus consecuencias. La pregunta es cómo puede ser que sean accionistas pero que su participación no suponga un monopolio. Lo que argumentan es que los propietarios son sus fondos y ellos nunca dirigen políticamente a esas empresas, aunque manden anualmente unas cartas para orientar la política económica de esas empresas, e incluso admitan que aconsejan a gobiernos. Eso quiere decir que ejercen una posición de monopolio subterránea, equivalente a la que ejercían antes otros capitales. Es el nuevo capital monopolista.

En la Florencia actual, las familias más poderosas siguen siendo las mismas que hace 600 años. ¿Es equiparable el nuevo monopolio basado en las propiedades cruzadas de empresas con esa concentración de poder ininterrumpida desde el medievo?

Es interesante porque, además del nivel de concentración de renta, estamos en un nivel de concentración de poder muy parecido al que había en tiempos de los Medici. Se trataba de una sociedad medianamente feudal en tanto que eran esos propietarios feudales los que articulaban personalmente instituciones de gran tamaño, como eran los propios Estados. En estos momentos estos grandes capitales, estos grandes gestores de fondos, a través de presiones pueden articular empresas y Estados. Esto genera algo que todavía no sabemos qué es. Estamos en una transición, sufriendo los baches de esta transición. Tienen un dominio económico, pero no hay un dominio político, y menos institucional. Lo que no sabemos es qué tipo de estructura van a crear a partir de ahora, puesto que han destruido y van en contra de la anterior. Esa es la esencia del conflicto actual: una guerra civil dentro de la clase dominante.

Hoy en día, si hablas con cualquier gestor en España ves que habla como un político por la capacidad que tiene de movilizar recursos

¿En qué consiste? ¿Cómo baja al terreno de la política?

Nunca se había dado tal concentración de riqueza en pocas manos. Eso ha significado la autonomía del poder económico, y esto tiene unos efectos: como tienen todo el poder económico, no tienen necesidad de doblegarse. Hoy en día, si hablas con cualquier gestor en España ves que habla como un político por la capacidad que tiene de movilizar recursos. Lo que estamos viendo es que la política está absorbiendo esa autonomía de lo económico. Vox no se atrevería a hacer lo que hace si no tuviera un soporte económico detrás. La familia de Iván Espinosa de los Monteros ejemplifica muy bien la autonomía de lo económico que han tenido las grandes familias. Él viene de esta nueva élite, muy vinculada a los fondos de inversión, que tienen una autoridad completa. Esto está generando la cultura de la autonomía de lo económico sobre lo político. Isabel Díaz Ayuso es otro ejemplo: nadie se atrevería, como presidente de una comunidad autónoma, a tener esa autonomía, o esa capacidad de alterar las reglas del juego, respecto a una pandemia. Para ella lo público no tiene sentido, sino que tiene sentido lo económico, desafiando cualquier tipo de convencionalismo. Se ha desafiado al Estado español, a la Unión Europea, no por una cuestión política, sino por ese influjo que tienen, y esa confianza que tienen, los grandes fondos. No es un accidente que suceda en Madrid, donde se concentra el capital inmobiliario. El hecho de que Blackstone sea el primer casero de España va a tener una influencia decisiva, y eso se ve y se está expresando en las contradicciones del poder político.

Es también la influencia del trumpismo.

Sí, Trump era otro ejemplo de la autonomía de lo económico. Trump instaló a todo un séquito de empresarios alrededor que eran autónomos de los partidos políticos, del Partido Republicano o de las grandes familias internas del Partido Republicano. Y ahí, al lado de Trump estaba el presidente de Blackstone como uno de los principales referentes.

A falta de esa identidad positiva que nos daban las instituciones tradicionales vamos hacia un sistema en el cual las instituciones no se responsabilizan

Lo que entendemos por el estado de bienestar ha sido superado por esta visión corporativa dominante y, sin embargo, aseguras que vamos hacia un “nuevo estado de bienestar” extremadamente individualizado y subjetivo. Entiendo que ese estado de bienestar es un trampantojo. Entonces, ¿por qué utilizas esa nomenclatura de “nuevo estado de bienestar”?

Porque es una derivación perversa de aquello en lo que se han convertido las instituciones: palabras. Estamos cambiando el cuerpo social del antiguo capitalismo corporativo, que era un cuerpo social que se responsabilizaba ─aunque fuera dominando económicamente y subyugando al trabajador─ por un nuevo cuerpo social en el cual cada uno se responsabiliza de su propio destino, individual, no colectivo. No es una crisis solamente de representación, es una crisis de legitimidad de las instituciones, en general. Que la gente no confíe en las instituciones científicas, en las instituciones educativas, en toda clase de instituciones, incluso en las económicas, simboliza esta idea de que el bienestar ya no está fuera, sino “dentro”. Las personas necesitan una identidad positiva, si no acabaríamos con nuestra existencia, es una cuestión de psicología social.

A falta de esa identidad positiva que nos daban las instituciones tradicionales ─desde las educativas hasta el Estado o las empresas, instituciones que nos daban un sentido en el mundo a través de las titulaciones o el trabajo─ vamos hacia un sistema en el cual las instituciones no se responsabilizan y, por tanto, tenemos poca capacidad de vernos referenciados. Cuando estamos acechados por un virus que es incapaz de ser controlado nos vemos en la necesidad de creer en algo. Y ahí es donde viene nuestro “Estado de bienestar”: creer, aun no teniendo elementos objetivos, que todo va a ir bien. El lema de “todo va a salir bien” de una de las campañas durante el covid-19, demostraba esa necesidad de salir adelante, pero no confiando mucho en las instituciones. Era más bien un grito de esperanza pero sin canalización institucional.

Vamos a una esfera productiva cada vez más robotizada, y el modelo de automatización de Amazon es el gran ganador de lo que llevamos de crisis económica, pero hay una esfera reproductiva invisible que parece que es condición para que siga habiendo un beneficio sustancioso en esa fase productiva robotizada. ¿Va a seguir siendo imprescindible que la fase reproductiva siga invisibilizada?

Es su dilema, en realidad. Sueñan con un mundo sin intervención humana. En su diseño de esta arquitectura institucional, la mayor parte de estas compañías se centran en mediaciones tecnológicas sin aportar información sobre cómo se va a sujetar eso en la demanda. Aparte hay una concepción de responsabilizarse poco de sus recursos humanos. El ejemplo de ese nuevo modelo industrial es Tesla: hay una mecanización y una robotización del sistema productivo, pero al mismo tiempo una dominación intensa de los recursos humanos, que se ve, por ejemplo, en el número de denuncias que ha recibido por vulnerar los derechos de los trabajadores, por el número ingente de siniestros laborales en sus procesos productivos. Vamos hacia un sistema mixto. Se da esa robotización del sistema productivo pero también una dominación en base a una “no responsabilidad corporativa” o una responsabilidad corporativa muy pervertida mediante el lenguaje. Se basa en el paulatino desprendimiento del trabajador. Ahora se ve, en compañías como Amazon, cómo son un apéndice de esa empresa. Los falsos autónomos son el símbolo de las nuevas corporaciones.

Diez años es el tiempo suficiente para que haya una generación, es decir, hay muchas personas que ya han crecido en esta realidad atomizada, desinstitucionalizada que el PP ayudó a instalar

¿Qué consecuencias tiene ese sistema mixto?

Tiene efectos principalmente sobre la estructura reproductiva: es imposible tener una familia, es imposible articular cualquier tipo de institucionalidad. No te dejan ni tiempo, ni trabajo, ni autonomía. Si algo ponía en el centro el capitalismo corporativo, eso era la familia, en su sentido conservador, evidentemente. Mediante la división sexual del trabajo y la división social. Ahora vamos hacia un mundo donde se machaca pero no hay alternativa de liberación. Al contrario, lo que hay es una agudización de esa dominación sobre el ser humano y, principalmente sobre las mujeres. La mayor parte de las tareas desempeñadas actualmente por mujeres se va a ver automatizada, y eso va a tener un efecto inmediato sobre toda la estructura social.

Es necesario un nuevo pacto social. O se da ese pacto y se generan instituciones, se institucionaliza otra vez el normal funcionamiento económico, político y social, o no hay solución

Entiendo que esa transformación desde una economía basada en la familia hacia otra basada en esa individualidad supuestamente todopoderosa lleva implícita el fin del programa económico que en España se establece a partir de 1959. ¿Se puede plantear un proyecto de esa ambición con las mimbres del Gobierno de coalición actual?

Es una cuestión que está abierta. A mediados del siglo pasado se plantearon distintas soluciones. De ahí salió el actual sistema; estaba el Estado de bienestar, con una estructura social y una desigualdad dada y unas instituciones determinadas. Eso derivó en la crisis de 2008. Lo que ahora estamos viviendo es la instalación de la generación o digamos la normalización de la generación neoliberal. Diez años es el tiempo suficiente para que haya una generación, es decir, hay muchas personas que ya han crecido en esta realidad atomizada, desinstitucionalizada que el PP ayudó a instalar. Es una “norteamericanización” acelerada. Tras eso, estamos viviendo un proceso de transformación social y económica con un gobierno que lleva un año.

Lo que vamos a vivir, ahora mismo nadie lo puede decir. Lo que sí está claro es que los procesos políticos no pueden contrarrestar fuerzas sociales tan poderosas. Vamos a ver hasta qué punto modifican la actual situación, por ejemplo, los actuales Presupuestos: si generan nuevas realidades, si dejan acomodarse otro periodo y otro tiempo diferente de hacer las cosas distinto al tiempo acelerado, a la necesidad de buscar trabajo tras trabajo, que es lo que impone el actual modelo. Hay que ver si deja espacio a un modelo de normalización de una vida social diferente. Ahora vivimos las primeras conquistas, por ejemplo, de los riders, vamos a ver hacia dónde va todo eso; tiene que haber cambios legislativos más profundos, con lo cual no hay nada escrito. Podemos regresar hacia atrás o evolucionar. Lo que sí está claro es que vivimos un periodo de concentración de riqueza sin precedentes, y que eso necesita un mayor empuje político.

¿Qué tipo de clase empresarial puede ser compatible con un Estado en el que no crezca la desigualdad?

Yo hablo al final de institucionalizar la corresponsabilidad. Porque si dependemos de una clase empresarial va a ser imposible, pero si dependemos de unas normas de convivencia puede serlo. Vivimos el auge del free rider, cada uno va a lo suyo porque esto es la ley de la selva, y al final el empresario simplemente obedece a unas normas generales que es “sálvese quien pueda”. Si no se instala nueva legislación que busque la corresponsabilidad ─ hablo incluso de la responsabilidad del inversor─ sucede como hemos visto en la pandemia, que no han dado nada.

Los inversores siguen haciendo crecer su capital en base a una falta absoluta de presión impositiva y de responsabilidad social. Es necesario un nuevo pacto social. O se da ese pacto y se generan instituciones, se institucionaliza otra vez el normal funcionamiento económico, político y social, o no hay solución. El otro día veía a una empresaria que tiene una empresa de sushi que ha creado su propia app de reparto y ha dado de alta a los repartidores. Eso es un ejemplo singular, solo depende de su propia voluntad. Lo que hay que hacer es que no dependa de la propia voluntad de los empresarios.

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