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Texas: una tragedia evitable (22/02/2021).

Un temporal de nieve deja a más de tres millones de personas sin electricidad ni agua potable en este estado. La desregulación del sector eléctrico, y su consecuente falta de control y preparación, es la causa fundamental de la falta de suministro.

Teresa Romero lanza un mensaje desesperado a las redes: “Cuatro días sin luz, internet, calefacción, ni agua. Los supermercados están vacíos”. Escribe desde Texas, estado protagonista de una tragedia climática que ha dejado a más de tres millones de personas sin electricidad en los últimos días y ahora también sin agua potable ni alimentos. Por suerte, Teresa –quien me ha pedido que no use su nombre real– ha podido refugiarse en casa de su hija, una de las pocas afortunadas en contar con suministro eléctrico: “Junto con otros hemos invadido su casa para dormir calientes en colchones inflables”. No obstante, siguen teniendo que hervir el agua para poder beberla y afrontan, como buena parte del estado, una escasez que ha sobrepasado los límites de la electricidad y ha hecho que todos los servicios se vengan abajo como un castillo de naipes. 

Sin luz, muchas depuradoras no están operativas y, aunque poco a poco el estado intenta volver a la normalidad, se estima que no contarán con agua salubre hasta dentro de varios días, tanto por el parón provocado en las plantas de tratamiento de aguas como por la necesidad de testarla después para garantizar los mínimos de calidad necesarios. Este problema afecta a 12 millones de personas, a quienes se les ha recomendado, como a Teresa, hervirla y filtrarla –muchos los están haciendo con la nieve caída–. Por otra parte, los fríos polares que han vivido recientemente han hecho que las tuberías estallen en muchos lugares, dando lugar a escapes masivos de este bien tan preciado e inundaciones de establecimientos. En ocasiones, han sido los mismos texanos quienes, precisamente para evitar la congelación de las cañerías, la han dejado correr, desperdiciándola. Las reservas de agua han llegado a niveles tan bajos que varios alcaldes han recomendado a la población cerrar los grifos y consumir sólo lo imprescindible, pues la necesitan para apagar incendios y abastecer a los hospitales. Estos últimos están afrontando una presión inaudita derivada de las mismas restricciones energéticas y una mayor afluencia de pacientes cuyos centros de salud habituales se encuentran cerrados. Según informa The New York Times, han aumentado las visitas a urgencias por parte de enfermos que precisan tratamientos de diálisis o bombonas de oxígeno; mientras tanto, los hospitales intentan a duras penas seguir funcionando con generadores eléctricos y agua embotellada. 

Tragedia previsible

La situación es lo más parecido al apocalipsis que se recuerda desde que el pasado verano los incendios más destructivos de la historia del país asolaran buena parte de la Costa Oeste. Sin embargo, si esto es el apocalipsis, se está empezando a repetir cada vez más a menudo, entre clamores negacionistas del cambio climático –de sobra conocidos son los del gobernador de Texas, el republicano Greg Abbott– y un presidente, Joe Biden, que por primera vez en más de una década ha situado en la agenda mediática la crisis medioambiental en que nos encontramos. Sin embargo, lejos de ser ésta la única causa del caos que viven los ciudadanos de Texas, se trata de la punta del iceberg en una concatenación de factores que ya anunciaban la previsible tragedia. En primer lugar, el estado del sur mantiene un régimen único de independencia enérgica que dificulta la transferencia de energía desde otros lugares, como ocurre a veces en el resto del país, donde operan dos redes eléctricas interconectadas: la del este y la del oeste. La tercera y exclusiva de la región está al cargo del Consejo de Responsabilidad Eléctrica de Texas –ERCOT, en sus siglas en inglés–, una entidad que se ha caracterizado tradicionalmente por su aislamiento para no estar sujeta a las normativas federales que sí se aplican en las otras dos redes de Estados Unidos. Aunque el gobernador no ha tardado en culpar a las energías renovables de la catástrofe –un argumento parcial y sesgado, pues sólo producen un 21% de las reservas del estado– lo cierto es que ha sido la desregulación histórica del sector, con la consecuente falta de preparación, lo que ha jugado un papel fundamental a la hora de conducir a millones de ciudadanos al desastre. 

Más allá de Texas, la situación ha distado de ser ideal en otras regiones de Estados Unidos, un país cuya infraestructura energética, deficiente y privatizada, opera a base de abaratar costes y con mínima supervisión gubernamental. No es raro que se vaya la luz ante la menor anomalía climática; ocurre habitualmente que el peso de la nieve o la fuerza del viento derrumba los cables de un tendido eléctrico completamente a la intemperie incluso en las grandes ciudades. De hecho, se han registrado cortes de luz en buena parte del territorio nacional –como Oregón, Tennessee, Arkansas, o Mississippi–, producto de una alerta por temperaturas gélidas y/o tormentas de nieve que sólo ha dejado escapar a California y Florida. Las inclemencias del tiempo han provocado además un total de 38 muertos, multitud de accidentes de tráfico y retrasos considerables en la campaña de vacunación. 

Zona catastrófica

Jossianna Arroyo es una de las afortunadas que ya tiene luz en su casa de Austin. Su situación ha sido más benévola que la de muchos, pues contaba con chimenea y una estufa de propano para sobrevivir los tres días que estuvo privada de electricidad mientras las temperaturas llegaban a los -15C. A diferencia de Teresa, hizo acopio de agua potable y tienen más para hervir: “Así que podemos durar bastante”. Aún así, a estas horas unas 350.000 familias siguen a oscuras, millones más no tienen qué beber, otros hacen cola en supermercados desabastecidos y algunos se enfrentan a costosos daños materiales en sus viviendas o empresas. A cuánto ascienden estos daños todavía no se sabe, pero el gobernador ya ha pedido a Biden que declare Texas como zona catastrófica para que el presupuesto federal ayude a asumir los gastos. Hace falta, ahora, que asuma también la responsabilidad por esa ausencia de regulación energética causante de la tragedia y entone, como tantos deberían, el mea culpa necesario ante el problema mayor cuyo calificativo climático se queda corto. La crisis, como se ha podido comprobar, es humanitaria.

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