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El virus que se propagó con el turismo y acabó con los turistas (15/03/2021).

El turismo no es un sector económico más, y menos en España. La hipermovilidad vinculada al turismo, que alcanzó en 2019 el récord de 1.500 millones de viajeros internacionales, explica por qué el covid-19 consiguió llegar a todos los rincones del mundo en apenas unas semanas y por qué algunas economías dependientes del turismo, como la española, están sufriendo mucho más las consecuencias económicas y sanitarias de la pandemia. Además, este fenómeno permite asomarse a algunas tendencias sobre qué tipo de empleo y de economía quedará “cuando termine todo esto”.

La década que siguió a la crisis iniciada en 2008 fue la época dorada del turismo, los ‘felices años diez’, la década en la que los sueños de democratización del negocio hotelero con el auge de Airbnb y la economía de plataforma se convirtieron en la pesadilla de las poblaciones residentes y de las personas que trabajaban en un sector cada vez más precarizado.

Nunca en toda la historia de la humanidad, el mundo había estado tan interconectado. Tampoco nunca el negocio de los viajes había estado en tan pocas manos. Y nunca la economía española había sido tan dependiente del turismo. El año previo a la pandemia también fue un año récord: 83,5 millones de turistas visitaron España, la cifra más alta de toda la serie histórica, 30 millones más que en 2008. Hasta marzo de 2020, cuando un virus exportado por turistas y viajeros de negocios desde un mercado de la ciudad de Wuhan dejó sin su principal fuente de ingresos al 12,9% de la masa laboral española.

El peso del turismo en España ha hecho que la caída sea mucho más aparatosa que en otras economías más diversificadas: mientras el PIB español cayó el año pasado en un 12,4%, la media europea se situó en 7,4% y la media mundial en 4,3%

El peso del turismo en España ha hecho que la caída sea mucho más aparatosa que en otras economías más diversificadas: mientras el PIB español cayó el año pasado en un 12,4%, la media europea se situó en 7,4% y la media mundial en 4,3%. Y la caída es aún mayor en las comunidades autónomas donde el turismo es casi un monocultivo: en Canarias, el PIB cayó un 17,9% y en las Islas Baleares un 22%, según un informe de Funcas.

La enorme dependencia de turismo y su traducción en puestos de trabajo y actividad económica también hizo que las distintas autoridades españolas forzaran la desescalada en los meses de verano y Navidad. Este es uno de los principales factores que explican por qué España ocupa el décimo lugar en el ranking de muertos por coronavirus, con más de 70.000, y el sexto puesto en contagios, con más de tres millones, un cifra solo superada por EE UU, India, Brasil, Rusia, Reino Unido y Francia, todos ellos con mucha más población que España. 

Estas son algunas de las principales conclusiones del libro Turistificación confinada, editado por Ernest Cañada e Iván Murray, un extenso trabajo que recoge aportaciones de una treintena de expertos y expertas en los procesos que rodean el turismo de masas.

2008, 2020: dos crisis con turismo de fondo

El origen de la crisis de 2008 poco tuvo que ver con el turismo, pero sí con las políticas escogidas para superarla. Unas salidas que llevaron a nuevas crisis y acentuaron las consecuencias negativas de la actual emergencia sanitaria y social, explica a El Salto Ernest Cañada, coeditor del libro y coordinador del centro de investigación sobre turismo Alba Sud. 

La solución de los gobiernos y los bancos centrales frente a la crisis inmobiliaria-financiera iniciada con la quiebra de Lehman Brothers fue la generalización de medidas austericidas, el rescate bancario, la bajada de tipos de interés y una política monetaria expansiva que repartió billones de dólares entre las grandes empresas y entidades financieras. “En los últimos 20 años ha habido una guerra de clases, y mi clase [los superricos] ha ganado”, resumió entonces el magnate Warren Buffet. 

Los megafondos de inversión, como BlackRock, Vanguard o Blackstone, junto con los fondos soberanos, señalan los autores de este estudio, son ahora “los auténticos amos del capital financiero” y de una buena parte de la economía productiva. También en España. También en el turismo

La reactivación de la economía tuvo un alto coste: el empobrecimiento de amplias capas de la población en todo el mundo, un mayor poder para el capital financiero y un proceso de concentración empresarial sin precedentes.

Los megafondos de inversión, como BlackRock, Vanguard o Blackstone, junto con los fondos soberanos, señalan los autores de este estudio, son ahora “los auténticos amos del capital financiero” y de una buena parte de la economía productiva. También en España. Tras la crisis, estos megafondos pletóricos de liquidez descendieron a la economía real y se convirtieron en los principales accionistas de las empresas del Ibex-35. Sin ir más lejos, Blackrock es actualmente el principal inversor de los grandes bancos españoles y Blackstone es desde hace unos años el mayor casero del país con 20.000 pisos en alquiler. 

El desembarco de los fondos buitre impactó de forma especial en el turismo, convertido en una de las actividades productivas que más crecieron en la década siguiente. De 900 millones de turistas en 2010, se pasó a cerca de 1.500 millones en 2019, un crecimiento “muy acelerado que respondió a una necesidad por parte del capital de encontrar bases desde donde poder acumular y reproducir el capital” en una época de grandes incertidumbres, señala Cañada.

Este crecimiento desmesurado de la vía turística no se dio de forma espontánea. Sin todo el poder del Estado a la hora de promocionar determinada forma de entender el turismo, apunta este investigador, este boom del turismo hubiera sido impensable. En el caso español, el Gobierno del PSOE y luego del PP apostaron por crear el clima perfecto para la llegada de nuevos inversores turísticos. Esto se consiguió con un curioso combinado producto de la relajación de las normas ambientales y urbanísticas, las reformas laborales de 2010 y 2012, las facilidades fiscales para el desembarco de los fondos buitre en el mercado inmobiliario y la falta de regulación frente al auge de Airbnb y otras plataformas. Se habían creado las bases para reactivar la economía con un modelo de bajos costes laborales y altos beneficios para el capital financiero, que parecía una buena idea en ese momento, pero que figura entre las causas de futuras crisis, apuntan los editores de este estudio.

A dónde va la riqueza del turismo

Entre los mitos sobre el turismo que Iván Murray y Ernest Cañada ponen más empeño en desarmar destaca el de la teórica riqueza que genera. No es que no genere riqueza, matizan, sino que los beneficios de este negocio están concentrados en unos pocos grupos empresariales. Una concentración que la última crisis no ha hecho más que acentuar y que la actual situación de emergencia sanitaria va a catapultar, aventuran. En la crisis de 2008, aquellas empresas que no soportaron el golpe de la crisis quebraron o fueron absorbidas por otras de mayor tamaño. Para cuando comenzó el nuevo boom turístico, la estructura del sector turístico había cambiado por completo, explican los autores: menos empresas, con mayor presencia del capital financiero, especialmente de origen estadounidense, pero también chino, indio, habían tomado el relevo. 

Un ejemplo: en 2015 George Soros, al frente de Hispania, y el Grupo Barceló crearon una de las primeras socimis hoteleras —figura creada tras la crisis de 2008 para fomentar con beneficios fiscales el desembarco de fondos de inversión en el mercado inmobiliario—, con 16 hoteles y 6.000 habitaciones; en 2019, Blackstone se comía a Hispania y se convertía en uno de los principales propietarios de hoteles de España, con 71 establecimientos y 18.894 habitaciones.

Y no se trata solo de la concentración de los beneficios de la actividad turística en unos pocos grupos internacionales: además de riqueza mal repartida, el actual modelo de turismo también genera pobreza, sostienen los editores del estudio ‘Turistificación confinada’

Otro ejemplo: en 2009, Iberia y British Airways se fusionaron creando el gigante IAG. Con Iberia venía Vueling, que había sido absorbida poco antes por problemas financieros. A principios de 2020, AIG-Iberia negociaba con Air Europa su absorción por mil millones de euros. Con el inicio de la crisis del covid-19, la compra se cerró por la mitad. Entre el accionariado de la tercera aerolínea más grande de Europa destacan una vez más la presencia de grandes fondos de inversión, como Blackrock o Capital Research.

Y no se trata solo de la concentración de los beneficios de la actividad turística en unos pocos grupos internacionales: además de riqueza mal repartida, el actual modelo de turismo también genera pobreza, sostienen los editores de este estudio. Según cuenta Cañada a El Salto, en la turistización acelerada que se ha vivido en España ha habido “dos grandes perdedores”: las poblaciones residentes en áreas hiperturistizadas y la población trabajadora.

El boom turístico de la última década ha estado acompañado de lo que llaman la “airbnbificación de las ciudades”, un proceso iniciado con el boom de las plataformas digitales de alquiler vacacional y que ha convertido las localidades turísticas en invivibles para sus antiguos vecinos. “Las ruinas de la burbuja inmobiliaria se reciclaron mediante la mercantilización turística de viviendas con la llegada de Airbnb, pero además la airbnbificación se ha convertido en una potente maquinaria a través de la cual se han acelerado los procesos de acumulación por desposesión en las ciudades”, describen los editores de Turistificación confinada.

Los otros grandes perdedores de este boom son para Cañada los trabajadores del sector turístico. “Este desarrollo turístico se ha hecho sobre la base de un empleo precario, que se sigue fundamentando en bajos costos y flexibilización de la mano de obra. En estos últimos años el proceso se ha agudizado por la penetración del capital financiero en las empresas, con demandas de retorno de la inversión a muy corto plazo”, analiza Cañada. 

Para este investigador esta tendencia no es casual, sino que es parte de un modelo que crece “sobre la base de ajustes de costes laborales, la parte más importante en la cuenta de las empresas” y tiene mucho ver con un nuevo modelo de relaciones laborales creado a partir de la consolidación de la llamada economía de plataforma (Uber, Just Eats, Cabify, Airbnb, Amazon). 

“Antes lo que tenías eran camareros y camareras, ahora lo que tenemos son riders con derechos mucho más limitados y en unas condiciones precarias absolutas”, denuncia Cañada. La pandemia ha acelerado la transformación del negocio hostelero y estas plataformas han ocupado el gigantesco hueco que ha dejado una hostelería tradicional a medio gas por las restricciones o que ha tenido que cerrar. Cuando el negocio hostelero vuelva a abrir del todo, ya no será el mismo.

El fin de la fiesta

Uno de los primeros casos de un “nuevo coronavirus” que reseñó la OMS, el 13 de enero de 2020, fue el de un turista de Wuhan hospitalizado en Bangkok, Tailandia. Pocas semanas después dos turistas chinos de vacaciones en Roma daban positivo. Casi al mismo tiempo, el 31 de enero, un turista alemán, de entre los cinco confinados en el Hospital Virgen de Guadalupe de La Gomera, fue el primer caso detectado en España.

Además de los viajes de negocios, el turismo fue el principal aliado del covid-19 para extenderse por todo el mundo. Los primeros casos y los que se convirtieron con el tiempo en los principales focos coinciden con los “puntos calientes” del turismo internacional, apunta Cañada. Las imágenes de los hoteles confinados o los cruceros en cuarentena con miles de turistas en alta mar se convirtieron en algunas de las postales más icónicas de las primeras semanas de pandemia. Eran los últimos turistas de la edad dorada.

Además de la fallida desescalada, la respuesta del Gobierno a la ruina del sector hostelero fueron distintos tipos de ayudas que, una vez más, supieron aprovechar las grandes empresas que operan en el mercado turístico y no terminaron de llegar a los trabajadores más precarios del sector

El 11 de marzo de 2020 la OMS finalmente declaró “pandemia” al covid-19 y el 14 de marzo el Gobierno de Pedro Sánchez decretó el Estado de alarma. España, al igual que la mayoría de los países del mundo, cerró sus fronteras y el espacio aéreo. La década dorada del turismo se había cerrado de un día para otro, sin previo aviso ni prórroga. Durante largos meses de confinamiento, además de los viajes de negocios, los escasos traslados se debieron a viajes de vuelta y repatriaciones. La relajación del verano ayudó a mejorar las estadísticas, pero no pudieron camuflar el batacazo: en noviembre la llegada de turistas en todo el mundo había caído en un 72% y el volumen de turistas internacionales se había reducido a 300 millones, unas cifras que no se veían desde tiempos de la Unión Soviética.

Los intentos del Gobierno español de desescalar antes del verano, generar corredores turísticos o de sustituir viajeros internacionales con turismo doméstico no solo no salvaron al sector sino que empeoraron más la situación, con un repunte de los contagios. Según defienden Murray y Cañada, la recuperación del turismo internacional solo se sostuvo hasta finales de julio, cuando Reino Unido, Alemania y Países Bajos recomendaron no viajar a España y comenzaron a imponer cuarentenas a los viajeros. A finales de año, España había perdido 65 millones de viajeros con respecto al año previo. Los turistas se habían dejado en el país 91.000 millones de euros en 2019. En 2020, la cifra había caído en la misma proporción que los viajeros, un 77%, hasta los 19.700 millones. Con la llegada del nuevo año las cosas tampoco parecen mejorar: en enero de 2021, España recibió 434.362 turistas, un 89,5% menos que en el mismo mes de 2020, según el INE.

Además de la fallida desescalada, la respuesta del Gobierno a la ruina del sector hostelero fueron distintos tipos de ayudas que, una vez más, supieron aprovechar las grandes empresas que operan en el mercado turístico y no terminaron de llegar a los trabajadores más precarios del sector.

El caso de los hoteles NH es paradigmático. El 8 de marzo se daba a conocer que sus directivos se repartirán incentivos de 1,2 millones de euros mientras la compañía prepara un ERE que afectará a 389 personas, en su mayoría mujeres. La empresa se había beneficiado de los ERTE del Gobierno —condicionados al mantenimiento del empleo— y se había ahorrado 52 millones de euros.

Las ayudas del Gobierno, incluidos los ERTE, “solo han beneficiado a aquella parte de la estructura laboral que estaba en mejores condiciones, sin tener en cuenta la precariedad estructural sobre la que se fundamenta el sector turístico”

Las ayudas que está recibiendo el sector tienen dos grandes problemas, señala Cañada. El primero es que no están vinculados a una condicionalidad estricta en términos de mantenimiento y calidad de empleo, de conservación del entorno ecológico o de fiscalidad: “Están regalando dinero empresas para seguir reproduciendo el mismo modelo”. El otro gran problema, apunta Cañada, es que las ayudas del Gobierno, incluidos los ERTE, “solo han beneficiado a aquella parte de la estructura laboral que estaba en mejores condiciones, sin tener en cuenta la precariedad estructural sobre la que se fundamenta el sector”. 

Las personas con contratos temporales, que dependen de trabajos estacionales, que estaban externalizados, que eran fijos discontinuos o aquellas que se ganan la vida con trabajos informales, se han quedado fuera de estos mecanismos de protección. “Y esta no ha sido una casualidad, ha respondido a un modelo estructural de cómo funcionaba el sector”, sostiene.

Sin embargo, aclara, la mayor parte de las ayudas están en el saco de los fondos europeos y todavía no se sabe exactamente cómo serán distribuidos: “Los dados están en el aire, aunque todo apunta a que se van a destinar a las grandes empresas del sector, que van a reproducir lo mismo, y a las que le vamos a pagar la fiesta de su proceso de digitalización y de ciertas políticas de barniz ecológico. Es un coge el dinero y corre”.

¿Una oportunidad? Va a ser que no

Cuando se levanten las restricciones, los turistas volverán a España, pero el negocio turístico será muy diferente. ¿Se utilizará este ejemplo vivo de qué ocurre cuando un país depende tanto del turismo para cambiar el modelo y diversificar la economía? No parece que vayan los tiros por ahí. 

La estructura del negocio turístico se va a transformar, pero no hacia donde nos gustaría, dice Cañada, a menos que la correlación de fuerzas y los conflictos sociales obliguen a ello. Como en toda crisis, el sector está viviendo “una dinámica de destrucción creativa que se podría traducir en la desaparición de compañías y concentración en grandes grupos”. La crisis turística asociada al covid-19 ha provocado “una profunda agitación en la que aparecen fondos de inversión de todo tipo a la espera que algunas compañías asfixiadas por las deudas se vean obligadas a vender sus hoteles a precios de ganga”.

Entre las tendencias que avanzan los editores de Turistificación Confinada, destaca una mayor penetración de las cadenas hoteleras estadounidenses y británicas, como ya está ocurriendo en Baleares con la entrada de Four Seasons, Apple Leisure Group o IHG.

El caso de Airbnb permite asomarse a algunas cosas que pueden pasar en los siguientes años. La pandemia sorprendió al gigante de los alquileres vacacionales a punto de salir a bolsa y hundió la valoración de la plataforma hasta los 18.000 millones de euros. A finales de 2020, con el optimismo de las primeras vacunas aprobadas, Airbnb salía finalmente a bolsa superando los 100.000 millones de dólares de cotización. Además del exceso de liquidez por las inyecciones de dinero de los bancos centrales, Cañada ofrece otra explicación a este fenómeno: “Hay expectativas de que el negocio va a volver. El elemento de seguridad sanitaria va a estar muy presente en la forma de viajar y esto se traduce en una demanda de un tipo de alojamiento más privado que permite Airbnb y no el sector hotelero en el que estás en más contacto con otra gente”.

“Si hay posibilidades de cambios no dependerá de la buena voluntad —no estamos como estamos porque a nadie se le haya ocurrido una alternativa— sino del conflicto social. Lo que se nos viene encima es algo muy gordo”, dice Ernest Cañada

Cañada califica de “naif” las apelaciones a ver esta crisis como una “oportunidad” para avanzar hacia un modelo turístico más justo y sostenible. “Si hay posibilidades de cambios no dependerá de la buena voluntad —no estamos como estamos porque a nadie se le haya ocurrido una alternativa— sino del conflicto social. Lo que se nos viene encima es algo muy gordo. Estamos hablando de un conflicto de clase que se va a agudizar y de lo que salga de ese conflicto tendremos unas salidas u otras”. 

Ahora que se van definiendo y afinando las posibles soluciones a la crisis generada por el coronavirus, esa fuerza de confrontación de la que habla Cañada determinará si las soluciones escogidas para reactivar la economía no terminan generando crisis más devastadoras en el futuro cercano. 

Enlace relacionado ElSaltoDiario.com (14/03/2021).

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