Somníferos y trabajo: cuando el empleo obliga a recurrir a pastillas para dormir (05/04/2021).

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No son pocas las personas que han consumido alguna vez pastillas para dormir, con o sin receta médica. Aunque el consumo no siempre está relacionado con el aspecto laboral, varios estudios recientes alertan de que el sistema productivo y las exigencias físicas o emocionales de determinados puestos de trabajo, o incluso el hecho de no tenerlo, se vinculan habitualmente con una falta de higiene de sueño que implica, a su vez, riesgos en la salud y seguridad del trabajo. La pandemia no ha hecho más que agravar esto.

El consumo de hipnosedantes ha aumentado notablemente en el último año, según los datos publicados recientemente por el Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones del Ministerio de Sanidad. La encuesta Condiciones de trabajo, inseguridad laboral y salud en el contexto del covid-19 (COTS), realizada por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y CC OO, ya advertía de un considerable incremento en el consumo de tranquilizantes y somníferos entre la población trabajadora: dos de cada diez personas encuestadas —casi el doble de mujeres que de hombres— afirmaban haber consumido psicofármacos en el último mes. La mitad de ellos eran nuevos consumidores, mientras que un tercio de los que ya recurrían a este tipo de pastillas antes del estado de alarma aumentó su dosis o se pasó a un fármaco más fuerte. Un reciente informe de Cofares, la empresa líder en distribución de medicamentos en España, lo confirma: la demanda de somníferos y valerianas aumentó durante la primera ola en un 23,3 % con respecto a 2019.

La demanda de somníferos y valerianas aumentó durante la primera ola en un 23,3 % con respecto a 2019 según datos de Cofares, la empresa líder en distribución de medicamentos en España

Según la investigación de la UAB y CC OO, las personas con ocupaciones sanitarias (personal médico, de enfermería, auxiliar de enfermería...) fueron las que más recurrieron a tranquilizantes y somníferos durante la crisis sanitaria, junto a auxiliares de geriatría y personal de limpieza, dos grupos que ya presentaban un alto consumo de somníferos antes de la pandemia, junto a trabajadoras a menudo dentro de la economía informal como las empleadas del hogar. Todas estas profesiones tienen algo en común: están altamente feminizadas.

Personal sanitario

Una enfermera especialista en salud mental que atiende al personal sanitario que trabaja en la pública, y que prefiere no ser identificada, valora que, en su experiencia, el consumo de somníferos entre el personal sanitario no es demasiado abusivo —o al menos no lo verbalizan— teniendo en cuenta las facilidades que tiene el grupo para acceder a este tipo de medicamentos. Sin embargo, matiza, desde su unidad sí tienen que acabar recetándoselo a la mayoría, pues los problemas de sueño en el colectivo son frecuentes: a la turnicidad se suman las exigencias emocionales de las profesiones sanitarias, agudizadas en pandemia. “Son vivencias tan duras que tienen flashbacks y no pueden conciliar de sueño. Y a partir de ahora lo veremos más; el aluvión de gente nos está llegando ahora que la cosa más calmada y que tienen que ordenar en su cabeza todo eso que han vivido”, vaticina la profesional. Para Esther Colell, especialista en epidemiología del consumo de drogas, tiene sentido este aumento: “Las profesiones de la salud tienen unas altas demandas emocionales, y el personal sanitario lo compone en su mayoría mujeres”, resume.

“Son vivencias tan duras que tienen flashbacks y no pueden conciliar de sueño. Y lo veremos más: el aluvión de gente nos está llegando ahora que la cosa más calmada y que tienen que ordenar todo eso que han vivido”, vaticina una enfermera que atiende a personal sanitario

La crisis sanitaria, no obstante, no ha hecho más que agravar una tendencia que ya era creciente. “Ha habido un aumento en la sobrecarga laboral en los últimos años, un empeoramiento en las condiciones laborales que aumenta la presión asistencial claramente —los equipos están a medias, no se suplen las bajas...—, y el agotamiento físico y psíquico les impide desconectar del trabajo”, subraya la especialista, que recuerda que el insomnio casi siempre conlleva problemas de ansiedad. La última encuesta EDADES sobre consumo de alcohol y otras drogas del Ministerio de Sanidad afirmaba en su última edición que, del mismo modo que había sucedido previamente, “se ha producido un incremento en el consumo de hipnosedantes alguna vez en la vida, registrando en 2019 el máximo de la serie histórica (22,5%)”. En 2019, antes de la crisis sanitarias, un total de 640.000 personas se estrenaron con este tipo de fármacos con o sin receta médica.

Aunque el personal sanitario que atiende su equipo, asegura la profesional, “recibe un control muy riguroso”, resulta llamativo el incremento en el consumo de psicofármacos sin receta médica: del 1,9% antes del estado de alarma pasó al 3,1% durante la pandemia, según datos del Ministerio de Sanidad. De nuevo, sobre todo en mujeres.

Socialización diferente

Esther Colell publicó entre 2014 y 2016 varios artículos científicos en los que pretendía profundizar en el consumo de hipnosedantes entre la población ocupada. Le resultaba llamativo las diferencias del afrontamiento del estrés entre hombres y mujeres: “La única sustancia en que las mujeres exceden en su consumo a los hombres es en hipnosedantes”, resalta la doctora en epidemiología y salud pública, haciendo alusión al consumo de alcohol y otras drogas.

“La única sustancia en que las mujeres exceden en su consumo a los hombres es en hipnosedantes”, resalta Esther Colell, que hace alusión a las diferencias entre la socialización de hombres y mujeres y los roles asumidos

La investigadora alude a estudios de las décadas de los 80 y 90 que justificaban estas diferencias por la diferente socialización de hombres y mujeres: “Se presuponía en los hombres cualidades de mayor autonomía, mientras que las mujeres buscan más el soporte en relaciones, lo que llevaba a que las mujeres mostraran más problemas emocionales y los hombres más problemas comportamentales”.A ello, añade la doctora, se suma la teoría de los roles, que implican patrones de trabajo diferentes y por tanto estresores diferentes: “Los estresores laborales afectan más a los hombres porque entre las mujeres, generalmente, su único rol no es el rol laboral”, expone Colell.

La doctora se refiere a que las mujeres suelen asumir mayor protagonismo en los roles familiares; de hecho, defiende, el consumo de hipnosedantes entre mujeres trabajadoras no siempre se vincula a problemas en el trabajo, también pueden ser problemas en general: tras la crisis del 2008 se incrementó de forma considerable el consumo de hipnosedantes entre mujeres con independencia de si tenían trabajo o no, mientras que entre hombres solo lo hizo entre los que estaban ocupados

Según la encuesta COTS, los problemas de sueño son más frecuentes entre personas cuyo salario no cubría sus necesidades básicas, a lo que se añade que las personas con dependientes a cargo tienen más dificultades para dormir

En este sentido, la investigadora también subraya la cuestión de la responsabilidad en el mantenimiento de la familia: durante muchos años, en la inmensa mayoría de casas era del hombre de quien dependían los ingresos, y las mujeres asumen más tareas de cuidados. Según la encuesta COTS, los problemas de sueño son más frecuentes entre personas cuyo salario no cubría sus necesidades básicas, a lo que se añade que las personas con dependientes a cargo tienen más dificultades para dormir. Colell realizó un estudio con el que quería averiguar si existían diferencias de consumo entre hombres y mujeres que asumían el rol de sustentador principal: “Ahí no había diferencias en cómo afectaba el trabajo en la salud mental, pero la respuesta seguía siendo distinta: mientras entre ellas es habitual recurrir a fármacos cuando existe un malestar, los hombres recurren con mayor frecuencia a sustancias con un componente lúdico como puede ser el alcohol”, resume.

La medicalización del malestar de las mujeres

A todo ello se suma lo que algunas investigadoras han denominado la medicalización del malestar de las mujeres: “Debido a asumir roles subordinados, dejan de lado sus propios intereses para ocuparse de los intereses de terceros, lo que en última instancia incrementa la frustración y genera malestar”, expone Colell. Como las mujeres tienen más tendencia a acudir al médico, son más recetadas.

Hace más de un año, el médico mandó a la hermana de Alicia (nombre ficticio) una caja de somníferos cuando esta le explicó que le estaba costando conciliar el sueño. Como era reacia a tomarlos, casi no disminuyó el número de píldoras en el blíster. Hasta que Alicia, que está realizando una tesis doctoral, las cogió. “Fue durante el confinamiento y las tomé de manera intermitente, en función del tiempo que yo tenía que dedicar al trabajo al día siguiente”, reconoce Alicia. Con ayuda de un conocido médico, dosificó las existencias que tenía en casa porque la sobrecarga de trabajo, el malestar emocional y el hecho de sentir que no tenía a quién recurrir le invitaron a optar por “algo rápido” que le permitiera seguir rindiendo.

“He llegado a pensar que ojalá tuviera el virus, o algo físico que me permitiera pedir la baja sin sentirme mal, porque aunque tú estés llorando todo el día, aunque no puedas dormir, te obligas a seguir trabajando”, reflexiona Alicia, que recurrió a somníferos en pandemia

Para Alicia, lo relevante de su caso es precisamente esa obligación percibida de dar más y más en el trabajo. “En dos ocasiones le comenté a mi médica de cabecera todo lo que me pasaba y le pregunté si, con los síntomas que tenía, era posible tener baja laboral, y me dijo que sí”. Estuvo a punto de pedirla, pero cuenta que se sentía culpable si lo hacía al verse a ella misma en una posición privilegiada con respecto a la gente que había perdido su empleo o estaba pasando por momentos “más difíciles”, además de sentir que debía seguir obteniendo resultados: “Si hubiera concebido que la baja estaba justificada realmente, me la hubiera pedido. Yo he llegado a pensar que ojalá tuviera el virus, o algo físico que me permitiera pedir la baja sin sentirme mal, porque aunque tú estés llorando todo el día, aunque no puedas dormir por la noche, asumes un rol, te obligas a seguir trabajando. No eres consciente de dónde está el límite”, reflexiona. Según las encuestas, aunque el consumo de psicofármacos sigue siendo mayoritario entre mayores de 45 años, es entre jóvenes donde se ha incrementado de forma más notable.

Factores de riesgo

A los factores de riesgo ya comentados se suman cuestiones como la turnicidad. “Las horas de inicio temprano del trabajo, las semanas de trabajo comprimido, la rotación de horarios o el trabajo nocturno está vinculado a la duración inadecuada o la mala calidad de sueño y la fatiga diurna”, expone el sociólogo Sergio Salas. Javier trabaja en el bloque logístico de una gran empresa en turno de noche, de 21:30 horas a 5:30. “En el año y poco que llevo trabajando habré visto pasar a 100 personas por el turno de noche que no han podido llevarlo y lo han dejado”, ilustra.

Más allá de las exigencias físicas del trabajo, valora Javier, la imposibilidad de conciliar el turno de noche con la vida familiar hacen que a la larga resulte insostenible, tanto fisiológica como emocionalmente, un trabajo en turno de noche, en especial cuando se tiene personas dependientes a cargo. “Yo empecé a trabajar poco antes del confinamiento domiciliario, lo que hizo todo un poco más difícil, porque la gente estaba en casa y para dormir dependes de tus vecinos”, expone el joven. Él había probado previamente los somníferos y le habían sentado muy mal —“fue horrible, cuando no lo tomaba estaba intranquilo, tenía dolores de cabeza...”—, así que quiso optar por lo que percibió una solución “más natural” y recurrió al CBD de manera intermitente, cuando sentía que le costaba conciliar el sueño. Más allá de las dificultades intrínsecas en el turno de noche, Javier critica que la empresa únicamente diera “una charla de cinco minutos sobre temas de higiene de sueño” que no valora práctica.

La inseguridad laboral y la incertidumbre económica se asociaron a diferentes determinantes de problemas de sueño entre la población asalariada española

En su investigación Job insecurity, economic hardship, and sleep problems in a national sample of salaried workers in Spain, Salas, junto a otros autores del grupo de investigación POWAH, establecía determinadas relaciones entre la inseguridad laboral percibida y los problemas de sueño, si bien el sociólogo incide en que hace falta más investigación académica para que resulten concluyentes: la inseguridad laboral y la incertidumbre económica se asociaron a diferentes determinantes de problemas de sueño entre la población asalariada española. No encontraron vinculación con la temporalidad: “Creo que puede tener que ver con el caso particular de España, donde la temporalidad es muy elevada y al estar tan extendida resulta más difícil hacer esa asociación”, matiza el investigador.

Si bien un entorno de trabajo nocivo o peligroso, el nivel de carga de trabajo o el apoyo social percibido son condicionantes en lo que se refiere a problemas de sueño entre la población ocupada, expone Colell en sus artículos, las dificultades económicas de la familia son un factor importante a tener en cuenta. No llegar a fin de mes genera malestar emocional, tal y como han probado las encuestas de salud mental realizadas en los últimos meses, donde se ha repetido y agravado la tendencia de que integrantes de familias con bajos ingresos presenten mayor padecimiento psíquico.

Ante los problemas de sueño vinculados con el trabajo, los investigadores proponen medidas que suavicen la inseguridad laboral percibida, relaje la sobrecarga de trabajo e incremente el apoyo social, en contra de recurrir a hipnosedantes que, más allá del beneficio económico de las farmacéuticas, pueden suponer un riesgo para la salud pública y llevar al deterioro cognitivo y accidentes, sobre todo en población más envejecida. El problema, lamenta Colell, es que “la salud mental siga siendo la hermana pobre de la medicina y las drogas sigan siendo la hermana pobre de la salud mental”: un cambio en el sistema de trabajo que actúe sobre la salud laboral de la población —empleada y desempleada— es mucho más complejo que recetar pastillas para seguir alimentando la rueda.

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