La culpa es de los jóvenes (17/05/2021).

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Todos fuimos jóvenes. Aunque algunos ya ni se acuerdan. Aunque tantos lo fueron de la peor forma. Sin dejarse agitar ni un poco la vida ni la conciencia. Transitando caminos muchas veces cómodos sin mirar a los lados ni en las cunetas. Tantas fueron jóvenes que hicieron de su divino tesoro superficial baratija. Muchas sin embargo lo apreciamos cuando lo tuvimos, el divino tesoro, las hojas en blanco, la libertad a conquistar, la alegría de estar entre otros, los caminos a desbrozar entre la maleza.

Hace una semana, muchas jóvenes salistéis a la calle tras el fin del Estado de Alarma. Seguramente habría entre vosotros gente haciendo idioteces, papanatas de todas las edades. Pero no importa cuántos fueran ni qué hicieran exactamente, es lo que tiene alterizar a un grupo entero, estigmatizar al por mayor a la peña, te bastan un puñado de imágenes circulando por las redes para etiquetar a vastas capas de la población. Y así, para muchos, os convertisteis en una amenaza, personificastéis todo lo malo de esta sociedad: el individualismo, la irresponsabilidad, la indiferencia hacia el prójimo. Erais molestos, “subnormales”, bombas contagiadoras, un peligro biológico para las abuelas y antropológico para la humanidad.

Los guardianes del status quo  deben de pensar que la madurez es eso, un monólogo continuo, con el que justificar este sistema que, o contribuyeron a apuntalar, o no consiguieron transformar

A menudo se oye ese ruido áspero e irritante que producen quienes insisten en rasgarse las vestiduras ante lo que hacen los demás. Es una práctica que tiene un filón eterno en el escándalo por las conductas, costumbres, valores y gustos de las generaciones que vienen después, siempre peores, siempre menos responsables, siempre más flojas, siempre más consentidas que las que les preceden.

Desconfiad de todo aquel que inicie una frase con la vetusta expresión de: “es que los jóvenes de hoy”, no os toméis en serio a quienes pontifiquen sobre “lo que le pasa a la juventud”, como si fuera una especie aparte y estanca de seres homogéneos, y no, ni más ni menos, que una zona de tránsito de la existencia, una de las más importantes, de las más fértiles cuando no se la estigmatiza y ahoga, de las que más potencial de lucidez y transformación trae consigo, si se la escucha y se la tiene en cuenta.

Y sin embargo, para tanta gente acomodada en el orden del “esto es lo que hay”, guardianes del status quo camuflados de sensatez y sentido común, no sois más que un incordio: les molestáis cuando protestáis, les molestáis cuando os evadís, les molestáis cuando lucháis por cambiar el planeta, les molestáis hasta cuando habláis. Solo se quieren escuchar a sí mismos, deben de pensar que la madurez es eso, un monólogo continuo, con el que justificar este sistema que o contribuyeron a apuntalar o que no consiguieron transformar. Y así, hablar de vuestro individualismo, de vuestro egoísmo, de vuestra inmadurez, permite proyectar sobre vosotros los pecados de una sociedad entera.

No sois la primera ni seréis la última generación de jóvenes teniendo que explicar que les importa el mundo en el que viven, su comunidad, el futuro. No gastéis ni un ápice del precioso tiempo con el que contáis para responder a ese runrún monótono, fue igual hace 10 y 30 y 50 años. Un runrún que ofende a la memoria de todas esas personas jóvenes que entregaron su aliento y su vida, que aún lo hacen, para cambiar la realidad en la que vivían y que por eso se convirtieron y se convierten en las primeras víctimas de la represión y la violencia.

El espacio que se os ha dejado es muy chiquito, necesitaréis toda la energía para expandirlo, para vosotras y para todos. Trabajos mal pagos, privatización de la educación, alquileres inalcanzables, con una mano se os acusa de intolerantes al fracaso y poco apañados, con la otra se saca rédito de vuestro curro, vuestra ansia de futuro y vuestra necesidad de independencia. Cuando protestéis os tacharán de idealistas, de radicales, de violentos, o de estar desconectados de la vida y de cómo funcionan las cosas. Como si hubiese un ápice de normalidad en el régimen que os deja sin casa, sin un duro y sin la posibilidad de planear una mierda. Cuando busquéis evadiros ante tanto muro, se os calificará de flojos y conformistas.

Se venera la juventud mientras se desprecia a las personas jóvenes. Tanta gente queriendo anclarse en una permanente juventud, como si esta no fuera más que una condición estética, y no una disposición ética, de proceso y cuestionamiento

Vivimos en un extrañísimo régimen etario en el que se descuida a la vejez, y se convierte a la infancia en una condición molesta con la que deben lidiar las pequeñitas familias. Un régimen atravesado por una gran paradoja: se venera la juventud mientras se desprecia a las personas jóvenes. Tanta gente queriendo aparentar menos años, cremas, técnicas, cirugías, para anclarse en una permanente juventud, como si esta no fuera más que una condición estética, un privilegio para quienes pueden cuidarse la piel y engañar al tiempo, y no una disposición ética, de proceso y cuestionamiento, de vida por armar, y dudas y voluntad y vértigo.

Todas fuimos jóvenes, y algunas no queremos nunca dejar de serlo, no es que queramos conservar la piel tersa, y el brillo en el pelo, lo que aún atesoramos es la fe en que las cosas aún deben cambiar, la imaginación y el aplomo para inventarse otros caminos, el suspense por lo que vendrá y una ingenuidad militante y creadora mucho más fértil que los resabidillos diagnósticos de los dispensadores de pesimismo.

Estamos muy jodidos. Y sois conscientes. No hay pantalla ni evasión ni droga dura que disimule esto. Salís a gritarlo en las calles de Cali o de Barcelona, de Dakar o de Berlín, de Gaza o de Santiago, como otros lo hicieron antes en la Puerta del Sol o en la Plaza Tahrir. Muchas y muchos tenéis los ojos muy abiertos. Muchos creéis saber lo que os espera y coherentemente lo teméis y os desborda. Pero la historia está por escribir. Sabemos que tiende a repetirse, pero también que a veces hace piruetas y sorprende. Sabemos que no se escribe sola y sois tan válidos como cualquier otra generación para escribirla.

Pobres de quienes no escuchan a la gente joven, tristes quienes les miran por encima del hombro desde el falso pedestal de una presunta madurez o sabiduría adquirida con los años. Claro que la experiencia es un grado, claro que en el paso por la existencia se pueden sumar saberes y perspectivas, conocimientos e inteligencia. Pero también hay quienes caminan desde la más tierna infancia con el piloto automático puesto, dirigido hacia la nada. Desconfiad de aquellos que no se dignen a escucharos, a aprender de vosotras, a mezclarse con vuestras ganas. Tengamos piedad por quienes os señalan desde lo alto, su torre está asediada de pura resignación y abismo.

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