Noel Ceballos: “La conspiranoia está formando su propio movimiento político” (16/08/2021).

  • Imprimir

En El pensamiento conspiranoico (Arpa 2021) cabe todo. El terraplanismo y el negacionismo climático; el hecho de que este medio de comunicación (como tantos otros) esté controlado por George Soros y la posibilidad de que una megacorporación nos termine convirtiendo en carne para la picadora. Se trata de un minucioso trabajo de recopilación crítica de las teorías de la conspiración, esas explicaciones rocambolescas con las que, cada vez más gente, trata de explicarse a sí misma los tiempos acelerados en los que vivimos. 

Noel Ceballos (Madrid, 1985) es el autor de este libro, que llega en un momento de incertidumbres: “El presente es demasiado complejo y abrumador como para ofrecer explicaciones convincentes mientras aún lo estamos viviendo, luego sus teorías de la conspiración nos seducirán y afectarán más de lo que estamos dispuestos a admitir”, reconoce Ceballos en el libro. 

Durante mucho tiempo la paranoia auxiliaba una determinada ideología, el ejemplo más claro es el “terror rojo” durante el macarthismo en Estados Unidos. Pero, ¿se ha convertido la conspiranoia en una ideología en sí misma?

Puede que sí, pero desde luego lo que estamos viendo una y otra vez es que es una herramienta muy poderosa y muy útil para los populismos, sobre todo para los de extrema derecha. La extrema derecha actual, la llamada alt right, es inherentemente conspiranoica. De lo que se trata es de pescar votos entre gente que está descontenta y decepcionada con el sistema, la conspiranoia sirve porque lo que le dices a esa gente es que por supuesto que el sistema te ha decepcionado pero eso pasa porque está amañado, está trucado por unas élites poderosas, y a la gente como tú y como nosotros, a la gente normal, a la “España que madruga”, a la clase trabajadora nunca le va a beneficiar: porque siguen una agenda globalista, elitista y siguen lo que se llama una “agenda progre”. Por eso es una herramienta útil. Lo que ha sucedido, sobre todo a partir de la pandemia, es que hemos empezado a como eso ha dejado de estar sujeto a una ideología concreta y en 2020 y 2021 estamos viendo cómo la conspiranoia está formando su propio movimiento político, más allá de ideologías.

¿Qué define ese movimiento?

Lo que les une es esa desconfianza intrínseca a la versión oficial. Y eso es común a todos los espectros de la política, no se dirige a izquierda y derecha, sino que hay una desconfianza hacia todo lo que sea “mainstream”, hacia todo lo que sea el sistema. 

El gran truco del antisemitismo actual es que no es explícito, y que mucha gente que lo practica ni siquiera es consciente de ello

¿Cuándo pasamos de ser críticos a ser paranoicos? Un ejemplo: sabemos que el Club Bilderberg existe y se reúne para discutir sobre el mundo. ¿Cuándo estamos pasando a otorgarle demasiada influencia sobre las cosas que pasan o las decisiones que se toman?

El pensamiento crítico es útil y es necesario en la sociedad actual. Cada vez hay mayor escrutinio sobre el poder y los mecanismos de control son mayores, con lo cual cada vez vamos a descubrir más escándalos. El problema es cuando se convierte en algo patológico. La conspiranoia es un marco, con el cual ver la realidad: son unas gafas que te pones y, en el momento en el que te las pones, toda la realidad está tamizada por esa paranoia. Y una de sus bases fundamentales es que todo encaja.

Estamos en una época de cambio de paradigma, pasando de un mundo antiguo a un mundo nuevo e, históricamente, se ha demostrado que es en esas épocas en las que la conspiranoia florece con facilidad

Buscamos una explicación demasiado perfecta.

Puede haber muchos casos aislados, puede haber muchos casos de corrupción —que hay que combatir y por eso se necesita el pensamiento crítico— pero, partir de ahí y considerar que todo forma parte de una gran conspiración, y que está todo relacionado, nos hace entrar en la paranoia pura y dura. Una de las bases de la conspiranoia es tener una serie de datos, que todos compartimos porque son hechos reales, y de ahí saltar a las conclusiones. Es verdad que cada vez vamos a descubrir más excesos del poder pero no debemos saltar a la conclusión de que todo forma parte de una gran conspiración que rige nuestras vidas. Al menos no debemos hacerlo hasta que los hechos demuestren lo contrario (sonríe).

Las personas que nos consideramos de izquierdas tendemos a creer que los ricos hacen todo tipo de tropelías privadas. Quizá sea paranoia, pero ahí está el caso de Jeffrey Epstein.

El caso Epstein es paradigmático, sí. Muchos teóricos de la conspiración lo fueron moviendo, igual que fueron moviendo casos de extraterrestres, como cosas que nunca se han comprobado. Pero claro, esto es como tirar un montón de espaguetis contra la pared: al final hay uno que se queda. Y en este caso sí que se demostró que era cierto: Epstein murió en extrañas circunstancias en su celda. Esa idea de los ricos devorando a los pobres define bien este caso. En el libro explico que es una de las ocasiones en las que me he descubierto a mí mismo a punto de caer por la madriguera de conejo.

Ese “agujero del conejo” remite al descubrimiento de una realidad negada como las de Alicia en el País de las Maravillas y a Matrix. ¿Por qué estamos ahora más expuestos a creer que hay un más allá de la realidad que vivimos día a día?

Creo que es muy fácil hacerlo en un presente como el nuestro, de mucho vértigo. Estamos en una época de cambio de paradigma, pasando de un mundo antiguo a un mundo nuevo e, históricamente, se ha demostrado que es en esas épocas en las que la conspiranoia florece con facilidad. Si las vemos desde la ventaja del presente, si miramos épocas como la del paso del siglo XIX al siglo XX, podemos discernir qué era lo real y qué lo conspiranoico. Pero metido dentro de la vorágine es muy difícil.

Antes, los conspiranoicos eran gente que de verdad creía en esto. Ahora hay mucha ironía, mucha sátira y mucha gente que lo que único que quiere es ver el mundo arder

Dentro de esa pérdida de sentido también se da un fenómeno nuevo que es el hecho de que la conspiranoia se ha llenado también de agentes que la ejercitan de forma irónica.

Es uno de los principales inconvenientes que tuvo Qanon en sus últimos tiempos. Creo que podemos decir que Qanon, esta teoría de la conspiración que nació durante la administración Trump, está desactivada. Pocos meses antes del asalto del Capitolio el problema que tenían es que en sus foros principales, en el de Reddit y en el de 4Chan, nadie sabía exactamente quién estaba posteando como true believer —o sea, quién se estaba creyendo esta teoría— y quién había entrado simplemente a trolear. Lo que hacían los trolls era mover sus propias teorías, que eran satíricas. Pero es muy difícil diferenciar esa sátira de lo que en realidad creían esos verdaderos creyentes. Es sintomático de nuestro tiempo.

¿Por qué?

Antes, los conspiranoicos eran gente que de verdad creía en esto. Ahora hay mucha ironía, mucha sátira y mucha gente que lo que único que quiere es ver el mundo arder. Gente que está haciendo pasar sus propias teorías como reales, que en realidad lo que quiere es reírse de los otros pero participando de alguna manera en la comunidad. Ese es uno de los principales problemas que tiene ahora el pensamiento conspiranoico: diferenciar entre los que están en esto porque realmente creen en ello o los que son quintacolumnistas.

Parece la llegada a la posmodernidad de un movimiento que, sostienes, nace con la modernidad: con la revolución francesa, concretamente.

Siempre ha habido complots. El poder siempre se ha servido de esas reuniones secretas para, qué sé yo, darle unas puñaladas a Julio César en las escaleras del Senado y ese tipo de cosas. Pero el pueblo llano no intervenía ahí. A partir de la Revolución Francesa, sí. Esta provocó un cambio de paradigma tan grande que muchos pensadores creyeron que era imposible, que tenía que haber una mano negra, que alguien había movido los hilos. Ahí es donde nace el pensamiento conspiranoico. Que se basa en una idea de conspiraciones a gran escala, llevadas a cabo por una élite minoritaria, que cambian el destino de los países o el destino del mundo, y que van de arriba a abajo: siempre van desde el poder al pueblo, con ese componente de manipulación de las masas. 

El nacimiento de la conspiranoia está también teñido de antisemitismo, y lo definen la xenofobia, el racismo y aporofobia.

Por alguna razón, si vemos ahora toda la conspiranoia, las teorías de la conspiración que rodean a George Soros, no son más que el antisemitismo de Los Protocolos de los Sabios de Sion con otro disfraz. Se basa en la figura de ese “otro”, un demonio, ya sea enemigo exterior o enemigo interior, porque muchas veces con el antisemitismo se confunde: el judío internacional es una identidad que viene de fuera para intentar hacer daño a nuestra nación, lo que se usa como pegamento social, pero muchas veces está integrado en nuestra sociedad. A principios del siglo XX el antisemitismo podía ser explícito, pero después del holocausto, no. Entonces se tiene que parapetar en una serie de palabras clave —una de ellas es el “globalismo”— o de talismanes. Y mucha gente que está en contra de Soros y que le achaca teorías de la conspiración muy rocambolescas, no es consciente de que lo que está haciendo es repetir una serie de estructuras que ya estaban presentes en el antisemitismo de principios del siglo XX. El gran truco del antisemitismo actual es que no es explícito, y que mucha gente que lo practica ni siquiera es consciente de ello.

La revolución francesa provocó un cambio de paradigma tan grande que muchos pensadores creyeron que era imposible, que tenía que haber una mano negra, que alguien había movido los hilos

Trump fue el primero en situar a las “fake news” como un arma de doble filo, al calificar como tales todas las informaciones que no le convienen. ¿El de “fake news” es un marco en el que podamos trabajar? ¿Cómo hacerlo sin apelar a esa idea de un periodismo “puro” que sabemos que no es acertada del todo?

No, no lo es. Antes teníamos una serie de hechos con los que todos coincidíamos, era un terreno común y había una “verdad”. En el momento en el que se acuña el término “post verdad” ya no existe ese terreno, ya no podemos coincidir en nada. Del mismo modo que nacen las noticias falsas, o la desinformación, y se dice que fueron una de las razones por las que Trump llegó a la Casa Blanca, es sencillo que el propio Trump se lo apropie y diga que los que hacen post verdad son los “supuestos medios de comunicación” mainstream. En una rueda de prensa llega a decirle a un periodista de The New York Times que ellos hacen fake news. Su presidencia ha sido netamente conspiranoica y con esto lo que hacía era apelar a sus bases. Con muchos conspiranoicos lo ves: “no te fíes de lo que te dicen estos supuestos medios de comunicación porque en realidad están al servicio de ese Nuevo Orden Mundial”. Le dan la vuelta a la tortilla para conseguir que esa narrativa juegue a su favor. Eso es algo que la conspiranoia hace muy bien. 

Si estamos alimentando esta conspiranoia a través de internet, llegará un momento en el que salte del terreno de las hipotesis a la realidad. Y las reglas son muy diferentes

El 6 de enero, con el asalto al Capitolio, tiene lugar la apoteosis de todo esto, cuando la rebelión ante las denuncias de un pucherazo electoral por parte de Trump pasa de los ordenadores a la vida real. 

A mí me recordó mucho a estas sectas findelmundialistas que escogen una fecha determinada y dicen “el mundo se va a acabar este día y nosotros nos vamos a salvar porque somos los elegidos”. Cuando llega ese día y el mundo no se acaba hay dos opciones: o asumes que los últimos años de tu vida y muchos esfuerzos los has dedicado a algo que ha sido una patraña, o redoblas los esfuerzos y dices, “bueno es que a lo mejor había un error en las escrituras” y empiezas a sostener que el mundo se acabará en dos años. Hay estudios que dicen que la mayoría de las sectas optan por la segunda opción. Porque has perdido demasiado tiempo, demasiado esfuerzo. En el caso de Qanon hay testimonios de gente que acabó alienándose de su familia y amigos porque invirtieron todo su tiempo y esfuerzo en el movimiento y, a partir de noviembre de 2020, con la teoría de que las elecciones habían sido amañadas. Ellos entraron en el Congreso para recabar pruebas, y se encontraron que estaban completamente fuera de su elemento y que no sabían por dónde empezar y, por supuesto, no encontraron prueba alguna. Muchos han sido encarcelados o están en procesos penales.

¿Es un punto de llegada, en cuanto supone que se dan de bruces con la realidad de que no van a poder cambiar los resultados electorales, o es solo el comienzo de una tendencia?

Qanon ha desaparecido pero quién sabe si se podrá reactivar en unos años cuando, por lo que parece, Trump se vuelva a presentar, o a través de las diferentes ramificaciones que puede tener el negacionismo del covid. No lo sé, pero yo creo que cada vez vamos a ver más colisiones de estas conspiranoias hipotéticas que si, simplemente permanecen en internet, en nuestras pantallas, pueden ser hipótesis incluso graciosas pero, en el momento en el que penetran en el tejido de la realidad, son muy traumáticas.

Otro caso es el de Pizzagate.

Sí. Se creó una conspiración sobre cómo el Partido Demócrata formaba parte de una red pedófila que tenía su centro en una pizzería de Washington y hubo un tío que se presentó allí con armas exigiendo que le llevarán al sótano, porque había leído en internet que en el sótano era donde tenían a los niños secuestrados. La pizzería ni siquiera tenía sótano. Llegó la policía, lo detuvo y él dijo que su intel —la información que le habían dado— estaba mal. Fue una especie de preludio de lo que luego fue la toma del Congreso. Creo que cada vez vamos a ver más episodios así. Porque, si estamos alimentando esta conspiranoia a través de internet, llegará un momento en el que salte del terreno de las hipótesis a la realidad. Y las reglas son muy distintas en una esfera y en otra.

Prefiero esos tiempos más felices y más inocentes en los que todo esto era el mundo del misterio, era divertido y no tenía ninguna consecuencia en la vida real

Has escrito que bajo el régimen franquista la conspiración funcionó como una cuestión de Estado —con la denuncia de una trama judeomasónica como un motor de pensamiento colectivo—, así que en España debemos tener ese tipo de chip instalado. Sin embargo, por más ruido que hayan hecho con los Bosé, etc, estamos viendo en las últimas fechas que, al menos en cuanto a vacunación no están prendiendo las teorías de la conspiración, y no se sigue la línea de países como Estados Unidos, Francia o Alemania donde hay mucha más población negacionista. ¿No están colando estas teorías? 

Últimamente estoy leyendo mucho sobre EE UU y... es un país fallido. Esto de la vacunación lo demuestra: en zonas como Texas, por ejemplo, hay mucha gente que no se está vacunando porque no quiere. En cambio en España nos hemos puesto a la cabeza, y eso que hace un año o poco menos de un año teníamos estas manifestaciones negacionistas en Colón. Creo que intervienen muchos factores. Interviene el hecho de que mucha gente quiere recuperar su vida y, si hay que vacunarse para ello, pues se vacunan. Y que, no lo sé, quizá todas estas teorías de la conspiración, con Miguel Bosé o Victoria Abril a la cabeza, durante un tiempo fueron divertidas pero a la hora de la verdad, a la hora de vacunarse, mucha gente las ha desechado. 

De momento, se ha quedado en las pantallas.

Sí, aun así seguimos teniendo nuestro porcentaje de negacionistas. También hay un fenómeno que es difícil de estudiar porque poca gente lo va a reconocer, que es el de los negacionistas de boquilla que se vacunan en secreto y siguen moviendo estas narrativas sobre la “plandemia”. 

Dedicas una parte del libro a explicar cómo la serie Expediente X funciona como catalizador de las teorías de la conspiración. Para el caso de España ¿ha sido el programa Cuarto Milenio el que ha hecho esa labor de crecimiento y puesta al día de este tipo de pensamiento en España?

Sí, la verdad es que sí. Cuarto Milenio lleva desde 2005 en Cuatro y, en la Ser, Milenio 3 empezó a principios de los 2000. Hay algo con Iker Jiménez y Carmen Porter —este matrimonio Warren a la española— que ha movido ese pensamiento. También, si ves su evolución en los últimos años te das cuenta de cuál ha sido la evolución de todo el mundo del misterio. A partir de cierto punto, Iker Jiménez  empezó a virar hacia un conservadurismo casi reaccionario. Eso sí, fue uno de los primeros en advertir de la pandemia como algo serio, diciendo que esto no era una simple gripe, haciendo lo que en ese momento se consideró como alarmismo. Pero, como decíamos antes, un reloj averiado da la hora dos veces al día, hizo lo mismo con la gripe A en 2009 y no se convirtió en una pandemia. Y a partir de ahí, he llegado a leer declaraciones suyas diciendo que deja el misterio, que deja todo esto porque considera que está en otro nivel.

No hay duda de que en los últimos dos años, a partir de la pandemia, ha habido una aceleración absoluta del pensamiento conspiranoico

Quizá en un nivel más político y menos de entretenimiento.

Eso es peligroso, porque muchas veces en ese programa se ha dado pábulo a bulos y a teorías pseudocientíficas, pero ahora eso está revestido de un aura de legitimidad que no sé donde va a acabar. Prefiero esos tiempos más felices y más inocentes en los que todo esto era el mundo del misterio, era divertido y no tenía ninguna consecuencia en la vida real. Ahora tiene consecuencias graves en la vida real. Hace poco Iker Jiménez tuiteó algo sobre que no entiende por qué la mayoría de los hospitalizados ahora tienen la pauta completa de vacunación y eso es entrar en terrenos muy peligrosos. Yo soy gran fan suyo y me duele ver esta deriva que ha tomado.

¿Cómo está interactuando la cultura con esta nueva condición conspiranoica que está tan generalizada?

Creo que hay un diálogo y está claro que se da un trasvase: hay ficciones conspiranoicas que, desde ese terreno de la ficción, han acabado estimulando e inspirando teorías de la conspiración reales. Y viceversa. En la última película de la saga James Bond, Spectra, se escenifica una reunión de este grupo de supervillanos como si fuera el Club Bilderberg. Está explícitamente basado en lo que nos llega que son esas reuniones. Pero al mismo tiempo las reuniones del Club Bilderberg están basadas en la Spectra del James Bond clásico de los años 60. Ese diálogo me recuerda a la ilustración de Escher de la mano que dibuja la mano. Siempre estamos dialogando entre la realidad y la ficción y al final todo se contamina y hay una especie de rueda que no para de girar.

El personaje del conspiranoico también ha aparecido en el cine. Te remites a una película no muy antigua en la que el protagonista da con ese espagueti pegado en la pared y descubre un complot real.

Es una película interesante, se llama Conspiración, es de Richard Donner, con Mel Gibson y Julia Roberts. Y es interesante porque normalmente en los thrillers conspiranoicos el protagonista es una persona normal que se encuentra con algo y se vuelve conspiranoico a raíz de esa experiencia de la realidad. Aquí no, aquí el protagonista es conspiranoico desde el principio, y lo que le ocurre en la película es que una serie de sucesos confirman que sus teorías estaban en lo cierto: que no había nada de malo en ser paranoico, que es la única manera de navegar la realidad. Y eso me recuerda a una anécdota del escritor Philip K. Dick, que era muy conspiranoico y estaba convencido de que el FBI le investigaba. Una vez, K. Dick llegó a su casa después de pasar un fin de semana fuera y vio que alguien había revuelto sus papeles en su despacho y que estaba desordenado. Se lo contó a unos amigos y estos le dijeron “tienes que estar destrozado” y él dijo “no, estoy encantado, porque no estoy loco: es verdad que me están espiando, por fin tengo la prueba”. Esa película viene a decir eso: no es paranoia si de verdad te persiguen.

A raíz de la retirada de Simone Biles de la competición en Tokio ha emergido todo el tema de la salud mental. La pregunta es si estamos cerca del brote psicótico colectivo. 

No hay duda de que en los últimos dos años, a partir de la pandemia, ha habido una aceleración absoluta del pensamiento conspiranoico. Gente que lo ha tenido latente, gente que jamás sospecharías, lo ha sacado. Nos ha pasado una cosa muy brutal, es normal que esto ocurra. Cuando empecé a escribir el libro, a finales de 2019, las teorías de la conspiración estaban experimentando un auge, pero era todavía un discurso que estaba en los márgenes. De repente, a partir de la pandemia se puso en el centro del discurso social. Es imposible saber adonde va a ir a parar. Pero sí, cada vez nos vamos a encontrar más afectados y cada vez vamos a tener que desarrollar más herramientas para lidiar con ello. La empatía y la duda razonable —tanto hacia nosotros como generársela a la persona con la que estemos hablando— en lugar de imponer nuestros dogmas, conspiranoicos o no conspiranoicos, van ser las herramientas más importantes.

Escapar del empleo sistemático de la ironía. 

Sí. Cada vez —espero que no, pero creo que sí— más gente va a tener esta especie de virus mental. No hay que verlos como enemigos, sino establecer puentes. Creo que al final la conspiranoia es un dogma: rechazar la versión oficial por sistema. Y no hay nada mejor para combatir el dogma que generar preguntas. Esa va a ser la clave: tener pensamiento crítico y aprender a navegar unos tiempos que se prevén complicados.

Enlace relacionado ElSaltoDiario.com (15/08/2021).