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La escalada del petróleo por la guerra de Ucrania enciende las alarmas por una nueva recesión mundial (09/03/2022).

La cotización del barril del Brent, de referencia en Europa, superó la pasada semana la barrera de los 115 dólares. El West Texas Intermediate (WTI), que dictamina el precio en EEUU, se situó también por encima de los 112 dólares. A escasos diez dólares del límite a partir del cual, y sin medidas fiscales y ejecutivas excepcionales por parte de los gobiernos occidentales, los PIB de las potencias occidentales podrían entrar en números rojos. Con el agravante de que, al menos por el momento, no hay confirmación expresa de que Rusia haya dejado de exportar petróleo y gas a sus clientes del Viejo Continente. Porque el cierre completo de la espita de la energía rusa precipitaría el parón de la actividad en la UE y catapultaría, al unísono, la espiral inflacionista a cotas históricas y con perspectivas de prolongación en el tiempo. Sine die. Hasta que la invasión a Ucrania cese.

Diane Swonk, economista jefe en Grant Thornton, es una de las voces del mercado que, quizás, ha emitido con mayor claridad esta señal de alarma recesiva. Estima que la economía de EEUU podría soportar seis meses con unos precios del petróleo en torno a los 100 dólares, pero que su ritmo de actividad, con la inflación en el 7,5%, la más alta en cuarenta años, podría gripar con un barril en los 125 dólares, despertar el fantasma del desempleo y precipitar el PIB a un periodo de contracción. El propio presidente Joe Biden admitió en el reciente debate sobre el Estado de la Unión que la invasión rusa de Ucrania traería consigo costes económicos y una escaldad de la energía. "Mi Administración está usando cada instrumento a nuestra disposición para proteger a las empresas y consumidores americanos ante una nueva e intensa subida de precios" porque -dijo- "defender la libertad tiene también sus daños colaterales en casa". Las medidas -explicó el dirigente demócrata en referencia al gas- "serán contundentes".

Los analistas interpretaron de inmediato que la Casa Blanca haría un uso coordinado, de nuevo, de sus reservas estratégicas de petróleo (SPR, según sus siglas en inglés) y que incluiría el empleo de 600 millones de barriles estadounidenses. Maniobra que Swonk considera efectiva sólo en el corto plazo. A no ser que el tercer exportador de crudo -el 10% del consumo global- y segundo de gas -con el 40% de sus ventas dirigidas a Europa- del planeta idee fórmulas de mercado con otros productores de crudo y gas para saltarse las sanciones occidentales y alimentar de manera soterrada y oculta sus 630.000 millones de dólares de divisas.

Actos que han sido frecuentes en tiempos recientes entre socios de la OPEP+ sometidos a represalias. Esencialmente, Irán -en la actualidad- e Irak, en sus dos guerras con sello de la Alianza Atlántica. Y que vendrían a alimentar de billetes verdes las arcas del Banco Central de Rusia. Que el negocio del crudo continúe abierto para el Kremlin supone que el 10% de las compras a Rusia por parte de EEUU son prioritarias en el objetivo de evitar que el barril sobrepase los 125 dólares, como acaba de admitir la jefa de prensa de la Casa Blanca, Jennifer Psaki.

El último Libro Beige de la Reserva Federal -considerado el Cuaderno de Bitácora de la economía en EEUU- reconoce que el conflicto armado en Ucrania ha sembrado de minas la coyuntura. Tras el optimismo que reinaba en su versión de enero, en el que pasa revista al de febrero, que acaba de publicarse, resalta que el mayor mercado de bonos global ya emite señales de preocupación excesiva entre los inversores por la afrenta militar rusa, la persistencia de la inflación y el débil crecimiento económico. Además, señala que el dinamismo se ha ralentizado a cotas modestas y alerta de nuevas disrupciones de las cadenas de valor y de un invierno "severo" por la tensión y las incertidumbres que se avecinan en los próximos seis meses.

El gasto del consumo ha aminorado respecto a enero y las ventas de coches pierden fuelle, bajo un clima de caída de inventarios y pérdida de productividad en las empresas, el desempleo con signos de ligeros repuntes y las expectativas de subidas de precios al alza. Todo ello no parece que vaya a impedir el encarecimiento del dinero. De 50 puntos básicos este mismo mes, según el sentimiento inversor de Wall Street, ante la versión de Jerome Powell, su presidente, de que "podría necesitarse un movimiento más agresivo del cuarto de punto" para contener la inflación.

Sin embargo, tras el estallido de la guerra de Ucrania son cada vez más las voces que reclaman más atención al retroceso de la actividad. Como la del CEO de Citadel, Ken Griffin, quien admite que las sanciones a Rusia "están dañando profundamente la economía de EEUU" y que los costes para el contribuyente americano serán "intensos". A corto plazo, con una desviación de la hoja de ruta del ciclo post-covid, y a largo, porque los "mayores tipos de interés obligará a pagar más por atender nuestras obligaciones de deuda". Con los mercados "en el ojo del huracán", ante la oleada de "malas noticias" procedentes del frente ucranio, explica Tom Lee, CEO de Fundstrat.

Europa, epicentro geoestratégico y económico

Los socios europeos, por su parte, navegan también en aguas turbulentas y bajo la amenaza, de nuevo, de estanflación. Un fantasma que emergió al comienzo del otoño pasado cuando la doble pinza de la escalada del gas y su repercusión en el recibo de la luz y los cuellos de botella por las interrupciones de suministro logístico y del comercio globales.

Desde entonces, el IPC de la zona del euro ha saltado a niveles desconocidos desde, precisamente, la crisis del petróleo de los años setenta, última vez que apareció el espectro de la estanflación. Olli Rehn, gobernador del Banco Central de Finlandia y miembro del Consejo Ejecutivo del BCE, es la autoridad monetaria que ha conectado la alarma sobre la posibilidad de que la economía europea entre en un periodo de bajo crecimiento con alta inflación.

"Es factible por la guerra en Ucrania", avisa a Bloomberg. Si bien matiza que "todavía es demasiado pronto para evaluar el impacto", también recuerda la Guerra de Yom Kippur en Oriente Próximo y la reacción inmediata de la OPEP con la retirada de crudo del mercado para actuar contra Israel. Antes de precisar que "es posible que la situación actual no conduzca necesariamente a una espiral prolongada de estanflación como se vio por aquel entonces", dado que "la economía europea ahora es más fuerte, el BCE dispone de otras herramientas para controlar la inflación y los bancos también se han fortalecido desde la crisis". Pero ambos escenarios guardan parangón, recalca Rehn.

Dirk Schumacher, analista de Natixis, también vincula esta "incertidumbre" con una estanflación que, sin embargo, no modificará la política de wait and see del BCE y mantendrá tipos próximos a cero. La neutralidad monetaria declarada por Christine Lagarde permitirá al banco emisor una pauta para inclinar sus decisiones hacia la reanimación del crecimiento -conservando el precio actual del dinero- o la contención de los precios. En función de la primera compilación de datos tras la invasión de Ucrania. Porque, con anterioridad, "el crecimiento marcaba una reaceleración notable" que había llevado a los halcones a ganar terreno para combatir la inflación con subidas de tipos. Pero las hostilidades bélicas de Moscú "han modificado" el panorama. Tanto del vigor del PIB como de las perspectivas de inflación. Hasta el punto de que una interrupción del flujo del gas ruso a Europa "puede precipitar al PIB del euro a la recesión". Sobre todo, si vienen con una subida paralela del crudo. Por encima de los 120 dólares, matiza Schumacher.

La prolongación del conflicto bélico y sus mayores tensiones geoestratégicas "podría retrasar la retirada de estímulos del BCE", explica Ricard Murillo, de CaixaBank Research. En la reunión del pasado mes de febrero, y ante las reiteradas sorpresas al alza de la inflación, las mejoras en el mercado laboral y un cambio de tono de Lagarde, "pensábamos que en marzo el BCE aceleraría la reducción de compras de activos" y que se "abriría la puerta a un aumento de tipos de interés en el cuarto trimestre de 2022". En línea con la visión del gobernador irlandés Phillip Lane, para quien en un shock de oferta como el actual "tolerar una inflación elevada por un mayor tiempo podría ser positivo con el fin de evitar una caída abrupta de la actividad y del empleo".

El problema, especialmente para España, procede del petróleo. Más que del gas ruso. Materia prima de la que depende en un 35% el consumo de Europa, pero en más de un 40% el español y que induce a pensar que la carestía de la cesta de la compra supeditará la coyuntura en mayor medida que una reducción de la actividad y la creación de empleo. Porque por cada dólar que gane el barril de crudo, el coste económico para España es de 300 millones de euros. En subida de la electricidad, repercusión en el coste de los alimentos y en llenar los depósitos de vehículos con combustibles fósiles. Justo cuando el motor del PIB hispano lograba la velocidad de crucero que los organismos multilaterales aventuraban al presagiar en la cuarta economía del euro el mayor dinamismo de 2022.

Enlace relacionado Publico.es (07/03/2022).

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