Silencio, nieve, improvisación, oportunidad (16/01/2021).

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La Comunidad de Madrid se ve desbordada por un temporal de nieve.

Lo más llamativo fue el silencio. Un tipo de silencio que no es habitual en una ciudad habitualmente alterada. Ni coches ni autobuses pasaban ya por la calzada. Tardarían dos días en volver a transitar (algunos, no muchos). La nieve, lo segundo más llamativo, ya estaba cayendo a una velocidad nunca vista. Se iba a convertir en el primer gran desastre meteorológico del siglo en la ciudad. La primera sacudida del cambio climático en Madrid. 

Pero, al principio, era el silencio y la quietud lo que llamaba la atención. Una sensación extraña, ajena a los habitantes de esa ciudad al menos hasta marzo del año pasado. En diez meses se ha suspendido el tiempo de aceleración en el que habían vivido antes y ha entrado el silencio como una posibilidad. Un silencio rotundo, como el que buscan cuando cogen sus coches y se alejan de la ciudad. Pero distinto, porque no hay que perseguirlo, no es una meta ni un alivio efímero. Simplemente estaba ahí. Cayendo con la nieve.

Tampoco hubo que ir a buscar la nieve. Durante toda la semana iba a estar en todas partes. Desde la tarde del viernes todo iba a girar en torno a la nieve. 

El sábado iba a ser un día feliz, un recuerdo imborrable en la memoria colectiva. Hubo caídas y traumas, claro. También miles de personas alucinando. Niños y niñas jugando durante horas. Muñecos, iglús, construcciones, bolas, congas. Paseos alucinados y con cierto riesgo. Los árboles, cuando revientan por el exceso de nieve, parecen estallar. Un día feliz, a pesar de todo. 

El tercer elemento iba a ser la improvisación. En un año hemos aprendido que la política moderna se basa más en improvisar que en cualquier modelo de planificación o proyección sobre el futuro. Aprovecha la ola o trata de respirar antes de que te sumerja. Al menos en este lugar del mundo, la institución no ve la nieve hasta que le llega a las rodillas. 

Isabel Díaz Ayuso afirma cinco días después de la nevada que “nadie fue capaz de detectar semejante borrasca”. La presidenta se sitúa en pie de igualdad con cualquier vecino, con quienes se sorprendieron con la desaparición repentina del tráfico, con quien bajó a las pistas de esquís improvisadas y sin forfait. Una más, perdida entre una multitud de gente alucinando.

El problema, siempre hay un problema, es que Díaz Ayuso no es una más. Lo dice la Agencia Estatal de Meteorología, lo dice Protección Civil. Le avisaron de la alerta, sabían lo que tenían que hacer para evitar lo que pasó, que la nieve se solidificase. Faltó que hicieran una representación con muñecos de nieve.

Da igual, Díaz Ayuso es así. El PP no se cansa de recordarlo. No se eligió a alguien que aportara soluciones en tiempo de crisis, si no a alguien con dotes de Jóker. El papel que le corresponde es subrayar y no corregir la idea de que Madrid es una excepción. La tierra del histrionismo. Un sitio en el que todo ocurre al revés: los ricos pagan menos impuestos y, a cambio, la Comunidad se endeuda para que ellos cumplan sus sueños.

Pero antes que aprovechar la oportunidad (a eso llegaremos luego) hay que improvisar. Lo primero es cerrar los colegios, “es ya una tradición”, escribe Carlos Prieto. Que cada quien se apañe. ¿Querías conga? Pues al día siguiente coge la pala y ponte a cavar. Hasta donde va a llegar la Comunidad de Madrid es a darte el teléfono de quien fabrica palas. ¿Os gusta pasar tiempo con vuestros hijos? Vais a ver. La plataforma tecnológica Educamadrid da problemas a seis de cada diez profesores, dice uno de los sindicatos del ramo. El profesorado denuncia que está caída desde el lunes a las nueve de la mañana. Que cada palo aguante su vela.

Los bomberos forestales, personal laboral público, están en sus casas. Seis días después de la nevada denuncian que tienen 20 camiones y 200 efectivos parados, y Madrid es un rosario de árboles tronchados.

La basura se acumula en los contenedores y el alcalde, José Luis Martínez Almeida insta a los madrileños a dejarla en un “cuarto de basuras” que, para gran parte de la población es el equivalente en metros al “discreto estudio con muchas oportunidades. Mejor ver” que han visto en Idealista. El viernes, una semana después del “está todo controlado” del alcalde, la basura se desparrama entre montañas de nieve. La recogida no empezó hasta el jueves.

Al lado de la empresa

En diez meses se ha producido un cambio de época. Una ciudad arrogante, con gobernantes arrogantes y la capacidad para poner patas arriba a todo el país a través del control (arrogante) del debate público y los medios de comunicación del nacionalismo español más cateto y que han quedado atrapados en una retórica que se agota en sí misma. No ayudan cuando vienen mal dadas. O siempre ayudan en la misma dirección.

El miércoles después de la gran nevada, en un auditorio en una de las zonas nobles de la capital ─la calle Ortega y Gasset─, tuvo lugar uno de los actos del Spain Inverstor’s Day. Acudió la presidenta de la Comunidad de Madrid, que enarboló el mismo discurso que podría haber dado en enero de 2020, antes del covid, el silencio y la nieve. “No estamos más que para estar al lado y no en el medio de la empresa”, explicó, con esas palabras literales, Díaz Ayuso. Sugerente, tal vez, para los empresarios con ganas de invertir en Madrid. Demasiado, para quienes piensan que quizá la función de una gestora de lo público no es estar al lado de la empresa, si no gestionar lo público. Tener algún plan en el improbable caso de que se necesite una intervención política rápida ante un desastre natural o una pandemia.

La nueva orden ─la oportunidad─ es la colaboración público-privada, sin la que ya no se puede entender la vida del capitalismo post-pandémico. El Ibex ya ha resuelto que los 140.000 millones del plan de recuperación son su vía de recuperación. El temporal Filomena es otro filón. Pablo Casado confundió ambos términos, pidiendo para solventar los efectos de Filomena lo que la Unión Europea ha dicho explícitamente que es para solventar los efectos del covid.

El viernes, el exconcejal de Hacienda del Ayuntamiento, Carlos Sánchez Mato, publicó en su cuenta de Twitter la justificación de los 1.398 millones en los que la alcaldía de Martínez Almeida ha cifrado la magnitud del desastre provocado por el temporal. Destaca una cifra: mil millones bajo el escueto epígrafe de “impacto en la economía madrileña”. Solo eso, sin los 398 millones en daños que sí están medianamente justificados, es más del doble de lo que se sufragó para contrarrestar el impacto del terremoto de Lorca, en 2011. Un terremoto tras el que se contabilizaron 1.164 viviendas demolidas.

Son mil millones en un pie de página que, en caso de que el Consejo de Ministros no trague, será munición del PP y de los medios del nacionalismo español contra el Gobierno. Y aún falta por llegar la declaración de daños de la Comunidad de Madrid.

La ciudad bajo la marca

Sin embargo, no había ninguna empresa capacitada para acometer la tarea de restauración de la normalidad tras la nevada ─ni siquiera para escribir en un papel el sobrecoste acordado─, y ni por asomo se planteó formar una cuadrilla municipal para despejar el caos a base de trabajo público. A cambio, se confió en un discurso motivacional que, tras diez meses de pandemia, solo tiene sentido como parodia.

La realidad es que la vuelta al colegio se producirá por lo menos diez días después de la nevada, en gran medida gracias a asociaciones de madres y padres del alumnado que se han encargado, con sus fuerzas y sus propios fondos, de limpiar las entradas a los colegios. 

Y eso supone al menos dos noticias. Una, que cierto espíritu comunitario sobrevive al paseo triunfal del neoliberalismo en Madrid. La segunda noticia es que, es evidente, no basta con el espíritu comunitario para poner en marcha otra vez la actividad de la ciudad. Y que está más que justificada esa renuncia a participar como “buenos ciudadanos” en la restauración del desastre. Ese espíritu funciona cuando hay un objetivo claro ─conseguir que reabran los colegios─ pero falla cuando se trata de salvarle la cara a unas instituciones políticas que lo han hecho todo para sabotear las redes comunitarias.

Mientras la ciudad se desmorona, el Ayuntamiento prosigue su plan para desmantelar los espacios vecinales que son el vivero de esas redes vecinales. El día de la nevada, caía el solar de Antonio Grilo en Malasaña. Una semana después, el Espacio Vecinal de Arganzuela sigue tratando de postergar su final, decretado por la Junta de Distrito para principios de febrero.

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