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2021 tiene una deuda con las empleadas de hogar (09/03/2021).

Repasamos con sus protagonistas la historia de las movilizaciones de las trabajadoras de hogar, que dejan al sector a un paso de completar el ciclo por sus derechos.

En los años 70, un grupo de mujeres en Ferrol se rebeló por los derechos laborales y por la democracia. Eran madres y esposas de trabajadores de la industria naval. En ese momento y en ese lugar estaba Majós Dopico. Unos años después, Dopico se trasladaría a otra ciudad y empezaría a encadenar diversos empleos como trabajadora de hogar. Un poco después, comenzaría a organizarse y formaría parte de los inicios de la que fue la primera asociación de trabajadoras de hogar en España. Pero tal vez su historia sería otra si, durante aquellas movilizaciones en Ferrol, no hubiese tenido noticia de que una trabajadora de hogar se había caído desde una ventana mientras limpiaba los cristales de la casa en la que trabajaba. Entonces, cuando nadie consideraba el trabajo de hogar un sector laboral, ella pensó: “¡Hostia! Esto es un accidente laboral”.

La historia de las mujeres de Ferrol continúa en el documental ¡Esto se cae!, firmado por Ángel García y Marta Corral. La de Majós Dopico sigue en Bilbao en los años 80. “Mi madre había trabajado de eso, mi abuela también; para mí era fácil, lo conocía”, explica sobre cómo empezó a trabajar en el servicio doméstico. Al principio, recuerda, limpiaba y cuidaba niños. Pero en el cajón del “servicio doméstico” cabía todo. Era, en sus palabras, un batiburrillo, una marabunta de tareas. “No tenía límite y no era por horas, estabas en una casa y tenías que hacerlo todo”, explica.

A finales de los años 80 comienza un fenómeno que se iba a consolidar: el crecimiento continuado de la tasa de actividad femenina. Esto introduce el primer gran cambio en democracia en el sector del trabajo de hogar y también en la vida laboral de Majós Dopico. Entonces, se generaliza la contratación de trabajo de hogar en las familias y “en poco tiempo, empecé a buscar trabajos por horas”. Fue entonces cuando ella y otras trabajadoras vieron que el trabajo se podía organizar de una manera más clara.

En ese contexto, Dopico se suma a la Asociación de Trabajadoras de Hogar de Bizkaia - Etxeko Langileen Elkartea (ATH-ELE), que se había creado unos meses antes. Se trataba, explica, de gente que estaba intentando pelear desde sindicatos, mujeres del movimiento feminista, militantes de otras luchas y trabajadoras que confluyen en la que fue la primera asociación de trabajadoras de hogar.

El apoyo de la Asamblea de Mujeres de Bizkaia fue crucial para poder tener una organización operativa, que permitió a las trabajadoras autoorganizarse en acciones que hoy llamaríamos escraches: “Montamos lo que es el origen de las asesorías y hacíamos liquidaciones, y entonces la trabajadora iba y reclamaba; si no se lo daban, nosotras íbamos con unos carteles y decíamos ‘Fulanito de tal roba a su trabajadora de hogar’, y nos quedamos allí con los carteles; íbamos y nos daba igual que fuese Algorta o la Gran Vía”. Al final, explica, pagaban.

Misa y derechos

En agosto de 1985, el Gobierno publicó el Decreto 1424 que regulaba la situación laboral de las empleadas de hogar. Fue la primera regulación de aspectos puramente laborales del sector de trabajadoras de hogar, que heredaba las normas anteriores, del Régimen franquista. Las trabajadoras no tardan en calificarlo como insuficiente y en organizarse en la ATH, cuyos escraches recuerda Majós Dopico.

Esas acciones directas las guarda también en la memoria Pili Gil Pascual. Hoy, a sus 78 años —casi 79, se apresura a puntualizar—, cuenta en su curriculum tres décadas de militancia en esta asociación, a los que suma desde 2018 la pertenencia a Trabajadoras No Domesticadas. Pero, al preguntarle por los orígenes de la organización de las trabajadoras de hogar, se remonta años atrás y fija como los inicios de la lucha colectiva unos corrillos de mujeres a finales de los años 50: los que se formaban al salir de misa. De ahí surgieron algunos grupos, muchos promovidos por la Juventud Obrera Católica (JOC).

La investigadora Eider de Dios Fernández da fe del cambio de paradigma que supuso la aproximación de estos grupos al trabajo de hogar en la tesis doctoral ¿Sirvienta, interina o trabajadora? Discursos del servicio doméstico en el segundo franquismo (2012). “En cuanto al servicio doméstico, una de las más significativas labores que realizó la JOC fue, primero, incluir a las empleadas de hogar dentro de la clase obrera, como unas trabajadoras más, con los mismos derechos y obligaciones que el resto de trabajadores”, recoge la investigación. Gil Pascual no sabe determinar si el grupo en el que ella participó era o no de la JOC. “Yo estuve en un grupo en Bilbao donde era un cura el que lo llevaba. Supongo que tenía mucha conciencia y en la parroquia donde daba misa íbamos muchas trabajadoras de hogar, y este hombre compró con su dinero un piso y ahí se daban clases de cocina, de costura, iban mujeres que no sabían leer y escribir, y también se reivindicaba”.

Su vida laboral como trabajadora de hogar empezó así: “Llegué a Bilbao a las tres de la tarde y esa noche tenía que dormir en algún sitio, así que entré en una casa y no negocié nada porque necesitaba dormir en un sitio esa noche: duré un mes”. La siguiente familia que la empleó mejoró sus condiciones y le permitió cierta flexibilidad que a ella le sirvió para acudir a diferentes encuentros y vivir las primeras experiencias de organización colectiva.

Tras un periodo sin dedicarse al trabajo de hogar —se casó, tuvo una hija—, volvió a trabajar en una casa. Habían pasado ocho años y, cuando acudió a la Seguridad Social a formalizar su contrato con la nueva familia, algo le indignó: le dieron a modo de información un librito de la Sección Femenina: “Habían tachado con rotulador lo de Sección Femenina, pero yo lo conocía”. Tras este episodio, no dudó en acudir al anuncio de una reunión de trabajadoras de hogar en el periódico Egin: “Fui, había tres mujeres, conmigo fuimos cuatro… Y empezamos a hacer muchas cosas”.

El grupo empieza a organizarse y se formaliza en la ATH. Desde 1991, la Asociación de Trabajadoras de Hogar de Bizkaia tiene un servicio gratuito de asesoría legal y no ha parado en su reclamación de derechos. Entre sus acciones más recientes está la campaña para denunciar irregularidades en las cotizaciones de las trabajadoras, tras detectar que había trabajadoras con alta en la Seguridad Social a tiempo completo cotizando por menos del salario mínimo. La asociación interpreta el reciente anuncio de la Inspección de Trabajo, que inicia una campaña informativa en enero de 2021 para poner al día las cotizaciones, como una respuesta a esta campaña iniciada en junio de 2019. No es el único guiño que apunta un cambio de rumbo: en marzo de 2020 se crea un subsidio extraordinario para empleadas de hogar que, aunque temporal, es significativo.

Pero Gil Pascual advierte: “No nos conformamos con pequeñas cosas, queremos transformar la sociedad”. En su propio proceso de aprendizaje y transformación, esta empleada de hogar jubilada decidió sumarse a la investigación “Trabajadoras no domesticadas”, un estudio que recoge vivencias de las trabajadoras de hogar y de cuidados. Con este paso, suma a su militancia en la ATH una nueva que, explica a sus casi 79 años, trae aire fresco al activismo de los cuidados y que describe como “nuevas formas” de reivindicar que resume así: “No vamos a hacer todo desde la pena”.

Gil Pascual pone en valor el segundo gran cambio que marcó la ruta del sector del trabajo de hogar y cuidados. Si en los años 80 fue la incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral lo que determinó la agenda del sector, desde finales de los 90 es el envejecimiento de la población lo que viene a introducir cambios. Y ahí entran con fuerza y un papel protagonista las mujeres migrantes. Ellas, dice Gil Pascual, no solo han sabido organizarse y renovar las formas, sino que han venido con una agenda propia y diferenciada de la de las trabajadoras de hogar autóctonas. 

Teoría y acción

En los años 80, mujeres dominicanas que habían emigrado a España ocupaban también trabajos del hogar y cuidados, especialmente en Madrid. Se hablaba de ellas como el recambio de las filipinas y portuguesas que, por cuestión del idioma, habían pasado a un segundo plano en las preferencias de las familias españolas de aquellos años. La periodista Ángeles García aseguraba sobre las dominicanas en un crónica en El País en 1981 que aportaban “un suave toque de distinción poco costoso y fácil de mantener”.

Pero fue hacia finales de los años 90 y en los primeros 2000, con los flujos migratorios desde otros países de América Latina, cuando muchas mujeres migrantes se incorporaron al trabajo doméstico en la medida que las autóctonas aceleraban todavía más su entrada al mercado laboral. El crecimiento fue tal que entre 1998 y 2007 se dobló la cifra de personas asalariadas que se dedicaban al trabajo doméstico, de acuerdo a la investigación La construcción social del mercado laboral doméstico en España a comienzos del siglo XXI (2013).

En 2002 en Madrid, el colectivo mixto —autóctonas y migrantes— Precarias a la deriva empezó a encontrarse para hablar del “continuum trabajo/no trabajo como terreno de la política”, cita el colectivo en su documental A la deriva (2003). Fue un grupo de teoría y acción “sin ser investigadoras, ni investigadas” que se reunía en el centro ocupado feminista La Eskalera Karakola. Ellas llamaron a otras mujeres y estas a otras, principalmente empleadas de hogar migradas, y así empezó a gestarse el proceso de otros colectivos y asociaciones que comenzaron a crear sus propios hitos como movimiento. En la misma Karakola iniciaron talleres sobre derechos de empleadas de hogar. Allí se van juntando mujeres de Sedoac (Servicio Doméstico Activo, que se formaliza en 2008), de Cita de mujeres, de Ferrocarril Clandestino y de esa mezcla nace Territorio Doméstico. Y, asamblea a asamblea, deciden sacar lo doméstico a lo público, es decir, los delantales a la calle. Así, el 23 noviembre de 2008, realizan su primera concentración en pleno centro de Madrid. El lema “Sin nosotras no se mueve el mundo” proclamaba a los cuatro vientos que si el sistema funcionaba era por su trabajo.

El 30 marzo de 2010, Día Internacional de la Empleada de Hogar, fue la siguiente cita pública de las trabajadoras domésticas. Una manifestación colorida y performática a la que se sumaron otros colectivos y aliadas del movimiento feminista. Fue por esta época cuando Graciela Gallego, profesional de los cuidados desde hace veinte años que llegó de Colombia, recuerda su despertar como activista. “Cuando voy a la Eskalera Karakola, me motiva una cuestión: escuchar a las compañeras decir ‘a mí mi jefa me quiere mucho, me regala ropa usada para mis hijos, soy como de la familia…’—cuenta Gallego—; cómo naturalizamos la pobreza que traemos y eso de no poder aspirar a más fueron cosas que me impulsaron a pelear por nuestros derechos”. 

Gallego apunta, entre otros recuerdos, que las fundadoras de Sedoac tuvieron que vender comida para poder comprar los abonos de transporte y que las mujeres pudieran ir a los talleres. Tras 25 años sin reformas sustanciales en las normativas que regulan el empleo de hogar y cuidados, llega el Real Decreto 1620/2011. Con él se obligaba a los empleadores a cotizar a la Seguridad Social por la trabajadora que tuvieran contratada, desde la primera hora. “Antes, para poder regularizar nuestros papeles o renovar las tarjetas de residencia, nosotras pagábamos la Seguridad Social. Con este decreto es su obligación”, apunta Constanza Cisneros, integrante de Territorio Doméstico y del Observatorio de Derechos Jeanneth Beltrán, quien llegó en 2004 desde su natal Quito.

Solo en el primer año del decreto hubo más de 120.000 nuevas altas. Sin embargo, bajo el régimen especial por el que está regulado el trabajo doméstico, sigue siendo la única profesión que no cotiza para el desempleo. Las empleadas de hogar organizadas no bajaron los brazos. Continuaron su formación en derechos y abrieron una intensa etapa de incidencia política. Hubo cientos de talleres, mesas, charlas, bailes y performances, propuestas no de ley y entrevistas con grupos políticos. Son años en los que ven la luz muchos otros colectivos de trabajadoras domésticas en todo el Estado, que incluso tenían miras más allá del asociacionismo. Así, en 2011 se crea el primer sindicato propio. Lissete Fernández habla así de Sindihogar/Sindillar: “La estrategia política era formar un sindicato para ser nuestros propias interlocutoras ante el Estado y ante las administraciones”, dice Fernández, que subraya que se trata de defender derechos para quienes “sostienen la vida de una manera irrenunciable”.

Carolina Elías, presidenta de Sedoac, define estos años de forma muy gráfica: “Fue un proceso como de palomitas de maíz reventando”. Sobre todo, indica, después de la celebración del primer Congreso de Empleadas del Hogar. Así lo atestigua Marcela Bahamón, colombiana residente en Valencia desde que llegó en 2001, cuya lucha comenzó el 1 de octubre de 2016 después de asistir a este congreso. “Entonces ni siquiera era parte de ninguna asociación. Participé allí y me emocionó un montón lo que podíamos hacer juntas. Eso fue para mí un antes y un después”, confiesa Bahamón, integrante hoy de la Asociacion Intercultural de Profesionales del Hogar y de los Cuidados. “AIPHYC se creó justo en el coche de camino, de vuelta a Valencia, del congreso de 2016”, recuerda. Un par de años más tarde, en plena efervecencia del movimiento feminista y sus huelgas, llegó la consolidación de las alianzas de empleadas de hogar y cuidados con el movimiento.

189 y 6777

Un hito que impactó en el crecimiento y fortalecimiento de colectivos de cuidados fue el encuentro europeo de empleadas de hogar, en Turín, para discutir el alcance del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que había entrado en vigor en 2011. Asistieron diversos colectivos y feministas aliadas del Estado español que, vista la importancia para su propia lucha, a su vuelta crearon una nueva alianza. Así nació en 2012 el Grupo Turín, una plataforma de asociaciones y colectivos que se plantea en los siguientes años instar, por todos los medios necesarios, la ratificación del convenio. Como logros importantes de esta plataforma están la realización del primer y segundo congreso —en 2016 y 2019— de empleadas de hogar y numerosos impulsos de visivilización.

Después de años de incidencia política, las organizaciones de empleadas de hogar consiguen llevar en marzo de 2016 el debate al Congreso de los Diputados. Fue a través del grupo parlamentario Podemos-En Comú Podem-En Marea, que irrumpió en 2015 en el Congreso con 62 diputados. En el primer pleno, llevan la Propuesta no de ley sobre ratificación del Convenio número 189 de la OIT y la Recomendación número 201 sobre el trabajo decente para las trabajadoras o trabajadores domésticos. Sin embargo, tres meses después no se logra formar Gobierno y se convocan nuevas elecciones. Desde entonces, el asunto de la ratificación no ha pisado de nuevo el Congreso español y sigue pendiente que el Gobierno se pronuncie mientras una treintena de países, entre ellos siete europeos, ya lo han ratificado. 

Otra demostración de músculo organizativo fue la presión que hicieron contra la enmienda 6777 en los Presupuestos del Estado de 2018, que condenaba sus derechos a un nuevo aplazamiento. Colectivos y asociaciones de trabajadoras de todo el Estado se unieron en respuesta a lo que la enmienda sentenciaba: el retraso de la incorporación del sector al régimen general hasta en 2024, en vez de en 2019, como decretaba el RD 1620/11. En octubre consiguieron que el primer Gobierno del PSOE, después de la moción de censura Rajoy, rectificara para adelantarlo a 2021. Sin embargo, un último decreto de 2020, ya con el Gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos y en plena pandemia, ha vuelto a retrasar su incorporación al régimen general hasta 2023.

“Si el señor Rajoy no nos hubiera dejado esta enmienda 6777 atrasando esa equiparación, no estaríamos en las condiciones en las que estamos”, lamenta Graciela Gallego. Lissete Fernández mira atrás y es consciente de que las movilizaciones de muchas mujeres han dado sus frutos, que han sido numerosos. Pero pide una mirada más amplia que pasa no solo por hacer justicia con estas trabajadoras. Pili Gil Pascual espera llegar a ver completar el ciclo: “Toca que se reconozca el mismo derecho de cualquier otro trabajador”, dice. No quiere morirse sin ver que son trabajadoras de pleno derecho.

Enlace relacionado ElSaltoDiario.com 08/03/2021.

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