Ayuso o la sonrisa de Aguirre (15/05/2021).

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La presidenta no es neoliberalismo en estado puro, sino el neoliberalismo pasado por las clases medias y por la protección estatal, con los que PSOE y PP, indistintamente, han gobernado el país durante más de 30 años.

Una mueca que se extiende de oreja a oreja: la media circunferencia que solo Joker ha logrado en el mundo del cómic. Los pómulos ligeramente marcados, de piel brillante, transparente como la del blanco reptil bíblico. Los labios apretados, finos, como los de la mismísima Thatcher, alineados para que la palabra articulada quede bien impresa en nuestros oídos: vocales bien abiertas y un acento castizamente impostado. Así era la sonrisa de Esperanza Aguirre, la lideresa hasta antes de ayer. Y así es cada vez más la sonrisa de Ayuso, la lideresa de la próxima década.

Madrid es una caja de misterios. Lo es para los de fuera, pero también para los de dentro que apenas recorren tres o cuatro parcelas de las mil posibles en esta ciudad. El PP madrileño es también una incógnita, especialmente para las izquierdas, que con demasiada altanería y poco análisis pretenden vencerlo. (A la luz de los resultados electorales, con poco, escasísimo éxito.)  

En Madrid, hay PP para rato, mínimo para otra década. Vamos seguros a los treinta años, muy probablemente a los cuarenta: gobierno eterno. Solo su homólogo gallego y el PSOE andaluz (al menos hasta hace poco) han logrado hegemonías tan prolongadas. Muy pocos son capaces de sortear las crisis y reinventarse frente a los cambios de sus respectivas sociedades. En el pertinaz gobierno del PP, hay sin duda estructuras clientelares: esa particular forma de hacer circular el dinero entre el partido y determinadas empresas, entre las instituciones y toda clase de chiringuitos culturales, políticos y sociales. Pocas dudas: el PP tiene una enorme capilaridad social. Quien quiera estudiar estas redes puede recurrir a los expedientes de la Púnica, Lezo o Gürtel. Allí encontrará al partido en su máximo esplendor castizo: constructoras, pelotazos, políticos “afortunados” y mucha “cultura”. 

Sin embargo, cometeríamos un error si redujéramos el PP, como se ha hecho con el PSOE andaluz o con la Convergencia catalana, a una mera estructura de intereses creados por medio de un sistema clientelar y corrupto. Si el PP es tan exitoso se debe a que, en cierta forma, coincide con la sociedad a la que se dirige, con algunos de los rieles sobre los que esta se desplaza. La pregunta está en saber reconocer las promesas, el estilo, la retórica y la imagen con los que los profesionales de la política “manipulan nuestros sueños”. Apenas unos apuntes:

Primera proposición: Ayuso no es facha de capea, copa y puro, misa de domingos e hipocresía católica, según la imagen y parodia de las izquierdas. Antes bien, es una chica de su generación, de la misma que Pablo Iglesias. Estudiante de periodismo en la Universidad Complutense. Soñadora y trepadora, se tatuó una rosa en su antebrazo. No la rosa socialista, que sin duda podría haberse marcado si la vida (esto es, las “oportunidades”) la hubiera llevado por otro camino. Es la rosa del grupo tecno y siniestro de los años noventa, Depeche Mode. Nada en ella nos habla de otro tópico que el de la medianía cultural de los recuentos de la clase media de su generación, ahora convertida en clase política, la misma medianía donde crece su contraparte de izquierda. Y sin embargo, Ayuso, a diferencia de la mayor parte de los políticos de la nueva izquierda, ha tenido una gran escuela, quizás la única gran escuela de la derecha desde los tiempos de Fraga. 

Segunda proposición: Ayuso no es trumpismo, sino la evolución de una corriente previa, la de los neocons madrileños de Aguirre. Ayuso es la última entrega de los neoconservadores madrileños, el gran laboratorio del PP de los años noventa, y de nuevo la versión triunfante del PP, terminados de aguar los rescoldos del 15-M y los recuerdos de la corrupción popular. Ayuso entra a gobernar el partido después de que todos los sucesores de Aguirre (al menos dos generaciones) acabaran quemados o imputados en las grandes purgas internas del partido que conocemos como “escándalos de corrupción”.

No hay nada casual en que Ayuso sea la marioneta del gran ventrílocuo Miguel Ángel Rodríguez, el “barbas”, viejo halcón de Aznar, último superviviente del entonces poderoso “clan de Valladolid”. Los neocon españoles (véase al respecto este trabajo de Pablo Carmona, Beatriz García y Almudena Sánchez) se caracterizan por su orientación atlantista, anticomunistas, neoliberales en lo económico, conservadores en lo político, liberales a medias, privatizadores redomados, pero también estatalistas en la protección de sus clientelas sociales: contradicciones andantes y cambiantes según quien habla, según a quién se dirijan. El rasgo más definitorio de los neocon es su estilo: agresivo, sólido, correoso. Las patocherías de Ayuso son menos una provocación, que un arte: estar siempre en el centro de los medios, en el centro de las conversaciones, en las redes sociales y en las cafeterías. 

Como anunciara Cayetana Álvarez de Toledo, los de Ayuso se han tomado en serio que si el PP quiere ganar no puede renunciar a la batalla cultural. Vean para el caso su “socialismo o libertad”. Y vean con qué duende ha digerido a Ciudadanos: lo mismo que está acabando de hacer con Vox. En el agit-prop neocon hay un exceso de ideología, un exceso de movilización, un exceso de teatralización, un exceso tras otro exceso. Algo de lo que carecía la derecha formal y de orden, y que aprendió de los revirados de la extrema izquierda, que tanto en Estados Unidos como en Spain (desde Irving Cristol a Jiménez Losantos) inventaron ese “neo” añadido a “conservadurismo”. Como con Sendero Luminoso y el pensamiento Gonzalo, se puede decir que existe un PP madrileño y un pensamiento Aguirre.

Tercera proposición. Ayuso es procesismo. Lejos del tópico anticatalán, los del PP han estudiado con saña la llengua de Ramon Llul. Casi todos tienen el C1 o el C2 del CIFALC que les permitiría opositar en Catalunya. Sin secretismo leen a Guillem Martínez, y asimilan que la guerra de lugares, en tanto sustituto de la lucha de clases, es un filón de alta rentabilidad política. Más o menos, el procesismo de Ayuso consiste en enfrentar una fábula con otra fábula: el nacionalismo catalán con el orgullo madrileño, el despecho periférico a los capitalinos con la apología de la xuleria madrilenya, el odio al Madrid facha con la celebración del Madrid liberal. Todo muy emocional. También han aprendido a hacer frente al totalitarismo de Sánchez –recuerden en esta época de excesos verbales “el peor gobierno desde Fernando VII”–. Y lo han hecho, como se hace en Cataluña, en nombre de Madrid y del pueblo de Madrid. Así, Ayuso nos repite hasta la saciedad: “Madrid quiere libertad”, “Madrid quiere salir de cañas”, “Madrid está orgulloso de ser Madrid”, etc., etc.

Cuarta proposición. Ayuso es la clase media, como la clase media es el Estado. Este es el punto fundamental de todo el galimatías que no entiende la izquierda. Ayuso no es neoliberalismo en estado puro, sino el neoliberalismo pasado por las clases medias y por la protección estatal, con los que PSOE y PP (indistintamente) han gobernado el país durante más de treinta años. Ayuso habla a la clase media, a todos nosotros, y lo hace francamente, sin los rodeos típicos de los progres (también tan de clase media). Ayuso nos dice: abajo los impuestos, abajo el impuesto de patrimonio y el de sucesiones, dos punto menos de IRPF. También nos dice: libertad de educación. “Nuestros hijos primero, por supuesto”. Lo que quiere decir que tendrás tu reserva en la enseñanza concertada (pagada por todos, obviamente); pero también si quieres pública, nos encargaremos de hacer que en tu instituto haya clases para pobres (malos estudiantes) separadas de las clases de “nuestros hijos” (los orientados, como no, al bachillerato y la Universidad). Ayuso no está tampoco contra los seguros médicos privados, está dispuesta a untarles pasta cuando haga falta. Pero a la vez nos dice, si te pones muy malito, aquí está “tu” sanidad pública (a veces de gestión privada) como último recurso. ¿Acaso no ha abierto el último gran hospital público de la región, el gran almacén Isabel Zendal? 

Deberíamos celebrar que Ayuso sea la nueva Ceaușescu de la clase media madrileña: entre un 80 y un 90 % de la gente bien de los barrios bien ha votado por ella y contra el “pensamiento único de la dictadura progre”. Pero, Ayuso no es solo clase media. Si no estás del todo seguro de tu lugar social, y apenas tienes un currito o un negocio que amenaza con ruina, Ayuso también está ahí. Por eso, en este año y pico de pandemia, no ha dejado de susurrarnos al oído: Madrid ciudad abierta, que nada se detenga, que nadie tenga miedo a perder su empleo, “a currar todos”. ¿A alguien le sorprende que gane abrumadoramente las elecciones? ¿A alguien le sorprende que derrote a esta izquierda?

AUTOR: Emmanuel Rodríguez

Emmanuel Rodríguez es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y miembro de la Fundación de los Comunes. Su último libro es '¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el régimen de 1978'. Es firmante del primer manifiesto de La Bancada.

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