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Conciencia de clase en el Auditorio Nacional (13/06/2021).

El recibimiento en Madrid a Plácido Domingo fue una ceremonia de eso que algunos llaman la batalla cultural frente a la dictadura de lo correcto, con el tenor como soldado herido al que homenajear merecidamente.

En el eterno debate sobre los grandes artistas con vida personal condenable suelo barrer hacia el egoísmo. Si Roman Polanski fuese amigo íntimo, sería difícil compatibilizar la sana amistad con su pasado como violador de una menor. Como, por suerte, no conozco de nada a ese señor, disfruto de su cine mientras espero que la justicia repare a su víctima. No hay normas ni protocolos en esto, así que complemento mi egoísmo con una dosis, mínima, de moral. Nunca le pediría un autógrafo a este tipo despreciable que es, a la vez, tan genial director de cine. Igual que en el arte, todas las opciones alrededor de este debate deberían ser válidas. Me parece respetable negarse a ir a un espectáculo de Farruquito y también sentarse en primera fila a embelesarse con su taconeo. Respeto a quienes admiran a Maradona o a Picasso, a pesar de cómo trataron a las mujeres y también a quienes deciden que lo personal es motivo más que suficiente para despreciarlos en todos los ámbitos. Respeto incluso a quienes tienen una posición construida a la medida: las pelis de Woody Allen sí, pero los discos de Michael Jackson no. Puestos a respetar en un debate tan libre como el arte, me parecen respetables quienes puedan acusarnos de mirar hacia otro lado a quienes anteponemos el placer artístico frente al reproche personal.

Plácido Domingo ha vuelto a actuar en España. Concierto benéfico organizado por una fundación a favor de la Cruz Roja para ayudar a las víctimas más vulnerables del virus. Primera aparición del tenor, tras conocerse que, durante décadas, aprovechó precisamente la posición de vulnerabilidad de mujeres de su entorno a las que sistemáticamente acosó sexualmente. Nada especial. Un caso más en la larga lista de egos y conductas psicopáticas, capaces de engendrar maravillas en lo artístico y horrores en lo personal. Un caso, sin embargo, peculiar por la reacción del público madrileño, puesto en pie y ovacionando con fervor durante varios minutos a Domingo antes de que empezase su actuación. Si en este eterno debate podía surgir una nueva posición (consistente en mezclar lo artístico con lo personal), pero para ovacionar los horrores, no había momento mejor que este tiempo esperpéntico en el que vivimos. Ole tus huevos, Plácido, vino a sentenciar el asunto la elegante audiencia del Auditorio Nacional.

Para entender la reacción, que no era por la reaparición, sino por reparación, hay que entender la psicología de la alta sociedad madrileña allí congregada. Plácido ha sido sometido durante meses a un calvario inaceptable para alguien de ese estatus, un calvario consistente en la desaparición de su impunidad. Todo un señor, como lo definió Ainhoa Arteta, tras conocerse las denuncias de acoso sexual, dando a entender que la condición de señor debiera ser un eximente, había sido sometido al reproche público como si de un delincuente de tres al cuarto se tratase. Más que un reconocimiento profesional o un espectáculo artístico, el recibimiento en Madrid a Plácido Domingo fue una ceremonia de eso que algunos llaman la batalla cultural frente a la dictadura de lo correcto, con el tenor como soldado herido al que merecidamente homenajear. Tiempos oscuros presididos por la presidenta madrileña Díaz Ayuso que, en línea con el nirvana ambiental, definió al protagonista de décadas de acoso sexual contra compañeras de oficio como uno de los mayores embajadores de España en el mundo. El recibimiento enfervorecido al tenor nada tuvo que ver con el eterno debate sobre separar al artista de la persona. Lo de ayer fue, simplemente, conciencia de clase. Una clase que siente amenazada su tradicional impunidad y está dispuesta a pelearla.

Enlace relacionado Ctxt.es 10/06/2021.

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