El informe del IPCC pone en jaque el turismo y la agricultura de España (13/08/2021).

  • Imprimir

España, playa y despensa de Europa, se resiste a reinventarse pese al cambio climático y sus previsibles afecciones en el turismo y la agricultura. La realidad inequívoca del cambio climático, la escasez de combustibles fósiles y la crisis de onda larga del capitalismo forman la tormenta perfecta de las próximas décadas.

España ya ha sobrepasado el grado y medio que se espera limitar a escala global. Registra temperaturas anuales 1,7º superiores que en la época preindustrial, del cual 1,3º se ha acumulado en los últimos 60 años, siendo 2020 el más cálido de todos, según Aemet. La temperatura del planeta se ha incrementado 1,1º, según el IPCC. Se podría pensar que bah, si esto ya es realidad, tampoco nos afecta tanto. El negacionismo climático funciona como escudo personal contra la ansiedad y como sinónimo de capitalismo. Sin embargo, las previsiones del último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) alertan de que la fiesta no ha hecho más que empezar y que puede terminar como una rave descontrolada. El geógrafo del CSIC Sergio Vicente ha participado en la redacción del capítulo 11 del documento del IPCC, dedicado a los extremos. Resumiendo, las previsiones para la península ibérica y las Islas Canarias son olas de calor más frecuentes, más intensas y menos precipitación. 

“El modelo a futuro indica que las precipitaciones van a descender, mientras la temperatura continuará incrementándose, un aumento que será menor o mayor según las emisiones”, detalla el científico del Instituto Pirenaico de Ecología. En el escenario optimista –con un control del incremento térmico—, la temperatura descendería a partir de 2050, tras su estabilización. En el escenario más pesimista —“con emisiones exacerbadas y sin ningún tipo de control”, es decir, como las actuales—, la región mediterránea se situaría en un incremento de más de cuatro grados a final de siglo, mientras que la lluvia podría descender hasta un 25%. O se toman medidas drásticas o las consecuencias son imponderables en un país que es playa y despensa de Europa.

“Siempre que ha habido crecimiento del PIB, ha habido crecimiento del uso de la energía. Sin embargo, en esta crisis de onda larga del capitalismo entra en el escenario un elemento que hasta ahora no ha estado presente: el cambio climático”, advierte el economista Gonzalo Fernández, que considera el actual marco como la “tormenta perfecta de las próximas décadas”. No duda en que el cambio climático comportará afectaciones en el turismo (12,5% del PIB en 2019), en la agricultura (3-4%) y en las infraestructuras.

Meticulosos científicos de palabras severas

El informe presentado el lunes por el IPCC es fruto del Grupo de Trabajo I, dedicado única y exclusivamente a describir datos y fenómenos, evaluarlos y proyectarlos en escenarios futuros. El Grupo de Trabajo II es el responsable de describir los impactos del cambio climático. Su informe se presentará en seis meses. Por último, el Grupo de Trabajo III se encarga de presentar medidas de mitigación.  

A pesar de que las conclusiones presentadas el lunes no son nuevas, la forma de expresarlas ha virado. El IPCC ha dado un puñetazo encima de la mesa. Los meticulosos científicos han recurrido a palabras severas, adjetivos que califican inequívocamente la acción humana como responsable de la situación y de sus consecuencias. La ciencia les avala irrefutablemente, ya no hay resquicios para la duda. Por tanto, la situación plantea un dilema, seguramente el más grande al que se ha enfrentado la humanidad: asimilar la información y actuar en consonancia o desoír la ciencia una vez más y cerrar la puerta de casa con la llave dentro mientras fuera se quema todo. 

En 2012, recuerda el ambientólogo Andreu Escrivà, la Generalitat redactó un informe que llegó a colgar en su web en el que razonaba que las previsiones del IPCC —que apenas han variado en los últimos veinte años— le convenían. A más calor, más turistas. Continúa imperando esa lógica pobre que saca de la ecuación los incendios forestales, el cambio del paisaje y la pérdida de ecosistema —¿y si las playas catalanas sufrieran una plaga constante de medusas, como en las islas Columbretes de Castelló y el baño fuera imposible todos los días?—. El martes, la Generalitat continuaba con el negacionismo capitalista.

La subida del mar y la inversión rentable

El número dos de Junts per Catalunya, Joan Canadell, solucionó por la vía rápida la paradoja que supone ampliar el aeropuerto de El Prat para poder tener vuelos internacionales y la relación de esta infraestructura con el cambio climático, desdeñando que su construcción elimina un espacio protegido por la Red Natura 2000 afirmó: “He buscado información y el aeropuerto está a 2 metros de cota [sobre el nivel del mar] y la peor previsión del IPCC es una subida de 1,1 metros en 2100”, indicó en su cuenta de Twitter. Por tanto, agregó, “una inversión [de 1.700 millones] como la del aeropuerto quedará amortizada en mucho menos [tiempo]. El resto —las emisiones de carbono de los aviones, la inequívoca alteración humana del clima, las consecuencias irreversibles de las que alerta el IPCC, la precarización de la sociedad, ¿habrá gente en veinte años que pueda pagar vuelos intercontinentales?—, qué más da.

De momento, ningún político catalán o español ha salido al atril a carraspear y reconsiderar la necesidad de una infraestructura que ya nace obsoleta y boomer. “Estoy convencido de que la industria aérea buscará alternativas a la contaminación y, por tanto, cuando tengamos estas mejoras debemos tener el aeropuerto a máxima capacidad”, añadió Canadell (Barcelona, 1967). Apostarlo todo a lo desconocido —quiméricas innovaciones tecnológicas capaces de capturar el suficiente CO2 para llegar a emisiones netas cero— es la última baza del negacionismo climático con raíces capitalistas. “Hemos perdido mucho tiempo, y no podemos fiar el futuro a proyectos lejanos, ni podemos permitirnos el lujo de desaprovechar la oportunidad de cambiar la sociedad, porque ni la agricultura ni el turismo van a ser viables con dos grados más”, asegura Andreu Escrivà, doctor en biodiversidad. 

En su afán de divulgar, al valenciano le gusta poner en contexto la situación: “Ilustrar el cambio climático con un oso polar está bien, pero ¿por qué no un almendro? Tenemos que cambiar nuestros referentes y buscar otros más próximos. El Mediterráneo es una de las zonas más vulnerables, y con mayor biodiversidad, que soportará mayores impactos. La menor presencia de lluvia implica estrés hídrico para la vegetación, la agricultura y la superficie terrestre y esas cosas que pensamos que solo pasan en Oriente Medio, en islas del Pacífico o en la Antártida, también pueden pasar aquí”, alerta Escrivà, quien recuerda que ya hay estudios que señalan la pérdida de un 10% de turismo en el País Valencià y Balears, “y un aumento del 10% en la cornisa cantábrica no es equivalente al 10% mediterráneo”, advierte. 

El aumento de emisiones de carbono en la atmósfera tiene consecuencias en la superficie terrestre y los océanos, resume Sergio Vicente, el científico del CSIC. Múltiples estudios están investigando cómo afecta el aumento de la temperatura a los distintos tipos de cultivo, desde la viña del txakoli en Zarautz al trigo en León. Es más fácil imaginar cómo el incremento de la temperatura y el estrés hídrico puede afectar a las cosechas de tierra destapada y a las de invernadero que al turismo. Pero recientemente, un equipo del Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía (ICMAN) ha estudiado los efectos de la acidificación oceánica provocada por la absorción de CO2 en los océanos y del incremento de la temperatura del mar sobre la Cotylorhiza tuberculata, una de las especies de medusas más típicas del Mediterráneo. Al igual que lo sugieren otros estudios, el ICMAN concluyó que las especies más tolerantes a los cambios climáticos, como la Cotylorhiza tuberculata, pueden reemplazar a las más vulnerables. Se necesitan años para que se creen las condiciones adecuadas para que esos seres gelatinosos, asexuados y venenosos se reproduzcan a un ritmo acelerado, pero se necesitan siglos, o millares de años, para que este organismo, uno de los más antiguos del planeta con 500 millones de años que no han variado apenas su sistema de supervivencia, sean reemplazados por una fauna más variada. 

Enlace relacionado ElSaltoDiario.com 12/08/2021.