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¿Quién dijo ‘Miedo’? ¿Y quién dijo amor? (25/01/2022).

José Ovejero entrevista a Patricia Simón sobre su reciente libro: 'Miedo, viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio'.

Conozco el trabajo de Patricia Simón, sobre todo, a través de sus crónicas y artículos en La Marea. He seguido con tanta admiración como interés sus crónicas desde Lesbos, Cuba o Iraq. Si utilizamos esa expresión que se ha puesto de moda, «poner el cuerpo», sin duda ella es una profesional que lo hace: no escribe solo desde su casa o desde un espacio seguro, sino que se introduce en zonas en las que yo no entraría ni con guardaespaldas. Aparte de su valentía personal, lo que siempre me ha llamado la atención es que es una de esas pocas personas que no parecen tan interesadas en documentar una tesis previa como en buscar la verdad. Eso la ha llevado, por ejemplo, a adoptar una mirada sobre la crisis de las manifestaciones cubanas que a parte de los lectores y lectoras de este medio les pareció demasiado crítica con el Gobierno cubano. Le da igual, o no, pero lo hace de todas formas, y eso es refrescante, porque nos permite pinchar las burbujas en las que vivimos y, al leerla, hacer eso que resulta tan incómodo: intentar saber y comprender en lugar de juzgar de antemano. Que una mujer tan valiente como ella escriba un libro titulado Miedo, viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio (Debate) despierta inmediatamente mi curiosidad. Y también tengo curiosidad por saber cómo eligió cuatro miedos entre tantos posibles.

«En un principio eran más; estaba uno que al final deseché, porque me di cuenta de que mi hipótesis era falsa: el miedo al amor. Tras entrevistar a mucha gente y leyendo, ya no creo que tengamos miedo al amor, sino al contrario. Estamos en una sociedad en la que tenemos muchas ganas de querer, pero la estructura socioeconómica lo hace muy difícil. Y había otro miedo que quería abordar, pero que es transversal al resto de los miedos, el miedo a tener vidas insatisfactorias, que no están a la altura de nuestras expectativas. Pero cuando empecé a escribirlo y a desarrollar los anteriores capítulos me di cuenta de que no era un miedo tan determinante como los otros cuatro, y que ya lo abordaba en los capítulos del miedo a la pobreza y a la soledad».

Algo que se ve en el libro es que nuestros miedos están interrelacionados, no son compartimentos estanco, aunque sintamos algunos temores con más fuerza que otros. 

«De hecho, hay pasajes del capítulo del miedo al otro que tienen que ver con el miedo a la pobreza y de este con el miedo al otro. Especialmente esos dos están muy interrelacionados. Pero mi objetivo al plantear el libro era esbozar los miedos que nos están atormentando, como individuos y como sociedad, pero están muy mezclados y eso hacía difícil que los pudiésemos diagnosticar y saber cómo enfrentarlos; aun sabiendo que están muy relacionados y atravesados por preocupaciones comunes, también me parecía importante dividirlos. Tenía un afán de organizarlos».

Y es cierto que, a pesar de todas las conexiones y los solapamientos, el libro da una impresión de orden, de estar bien construido. Y eso a pesar de que el texto es una mezcla de crónica, relato en primera persona y pasajes reflexivos. Tres formas de mirar que se alternan y complementan sin enmarañar los temas.

«En un principio tenía claro que quería que el libro fuese muy heterodoxo y reflejase lo que necesitaba escribir, y que tendría que mezclar ensayo con crónica periodística, pero no pensaba que iba a aparecer la primera persona, como explico en el libro. Recuerdo que los primeros meses puse una pizarra en el salón con post-its, con los capítulos y los temas que tenían que ir, y que iba cambiando, hasta que hubo un momento, creo que cuando estaba acabando el primer capítulo, el del miedo a los otros, en el que dejé de atender a la pizarra y quité los post-its, porque ya tenía claros los argumentos, los personajes, los temas. Escribía y una cosa se engarzaba con las siguientes. También esto se debe a que gran parte de mi trabajo ha tenido que ver con el miedo a los otros, sobre migraciones y refugio, así que me puse el sombrero de periodista, vi qué historias tenían que salir y desde qué punto de vista teórico, y ya me relajé con las otras porque sentí que el libro estaba encauzado. Tenía mucha necesidad de escribirlo pero también me generaba muchísimo respeto, porque me parecía un proyecto ambicioso».

Pero además hay una inseguridad buscada, porque Patricia Simón podría haber pretendido una narración cercana a la objetividad, describiendo las situaciones que ha conocido, reproduciendo lo que dice la gente con la que ha conversado. Sin embargo, opta por una toma de postura personal, por una defensa de eso que yo llamaría «subjetividad comprometida». No se limita a documentar hechos, sino que introduce sus opiniones y juicios; lo que abre inmediatamente la puerta a la duda

«Reivindico muchísimo la duda, sobre todo en estos tiempos de creciente sectarismo, de verdades categóricas que alimentan la crispación y polarización, y porque la necesaria reideologización de nuestra sociedad, que hemos vivido en España desde el 15-M, también ha desembocado en una excesiva ortodoxia. En el periodismo lo noto mucho. Todo el tiempo tienes que estar definiendo en qué bando estás cuando escribes una noticia o reportaje, y creo que es fundamental lo que siempre he hecho con el enfoque de los derechos humanos, identificar quiénes son las víctimas de esas situaciones, pero en lugar de buscar exclusivamente a los responsables inmediatos, a los supuestos victimarios que están en su entorno, identificar quiénes se lucran de los enfrentamientos, del empobrecimiento y la violencia. Así entiendo el ejercicio del periodismo, que tiene una responsabilidad enorme, como un proceso continuo de reflexión y de autocrítica. Y la duda me hace más compasiva con los demás, me lleva a entenderlos mejor, y me hace más compasiva conmigo misma, porque si pensase que es crucial todo lo que hago y si errar es imperdonable, esa responsabilidad me paralizaría; dudar me permite ser más flexible en mis narraciones y creo que les aporta más riqueza».

«Reivindico muchísimo la duda, sobre todo en estos tiempos de creciente sectarismo, de verdades categóricas que alimentan la crispación y polarización»

El riesgo de ese enfoque, de ese acercamiento personal a las situaciones y sus protagonistas, es que las simpatías y antipatías de la periodista sesguen la información. No es lo mismo, no se siente lo mismo, al conversar con un supremacista blanco que con un inmigrante norteafricano o una activista brasileña.

«Me preocupa sobre todo porque, efectivamente, tus filias y fobias hacia una persona, incluso por su carácter, pueden permear el reportaje. Pero, en general, en los últimos años, ha crecido mi interés por entender a quien, de primeras, no entiendo. Si en la primera década como periodista me centré fundamentalmente en las personas que sufren las violaciones más graves de los derechos humanos, eso lo sigo haciendo, pero cada vez me acerco más a aquellas y aquellos que son señalados quizá no como responsables, pero sí como cómplices o colaboradores necesarios, y me interesa muchísimo entender ese papel y los porqués; también porque como sociedades del norte global ese es el papel que solemos jugar, y entender cuáles son las dinámicas de la complicidad me interesa. Y lo que me encuentro cuando entrevisto a esas personas es, entre otras cuestiones, el miedo. El multimillonario supremacista votante de Trump que dice que le parece normal que se separe a los hijos e hijas de las personas que cruzan la frontera con México de manera ilegal, porque ¿qué van a hacer?, no van a ponerles una casa o un chalé, lo que tiene es miedo a perder todos sus privilegios, a que esa casa a orillas del lago con el yate atracado tenga que defenderla con las armas. Me recuerda este personaje a Israel, un país que se construye ocupando el territorio palestino, que empieza a construir muros supuestamente para que los palestinos no puedan llegar a ellos, y cuando vas a Israel te das cuenta de que los israelíes están encerrados en su propio miedo, en una paranoia terrible que les hace ser muy violentos entre ellos mismos, agresivos, maleducados. E intentar entender a los victimarios, a quienes no me caen bien, contribuye a explicar mejor las cosas que si solo escuchamos a las víctimas».

Me ha parecido fascinante el ejemplo de ese hombre que quiere armarse porque calcula que los pobres en algún momento van a intentar quitarle lo que es suyo. Por eso se enfada por los intentos de limitar el uso de las armas. Pero me han resultado aún más reveladores los pasajes en los que habla de la gente que vive en Lesbos; porque desde lejos podemos ver, de un lado, a los pobres inmigrantes encerrados; y del otro, a los habitantes de la isla que se han vuelto racistas. El trabajo de Patricia Simón muestra lo simplistas que son nuestras ideas, cómo nos refugiamos en los prejuicios.

«Sí, porque a veces en el periodismo cometemos dos errores fundamentales: uno, contar lo que ya se ha contado mil veces, y por eso las personas encerradas en Lesbos me decían ¿para qué te lo voy a contar otra vez, para qué te voy a relatar todo mi sufrimiento, si ya sabéis en qué situación estamos, para ver si así soy merecedor de vuestra acogida? Y repetir lo que ya sabemos hace que una parte de la ciudadanía no nos lea porque lo conoce ya. Pero la otra parte de la realidad son las personas de Lesbos, que no son unos monstruos que de repente pasan de ser candidatos al Nobel de la Paz a filofascistas; no lo son, pero aunque hubiese ocurrido así en una parte de la población, habría razones que son importantes entender también porque nos puede ayudar a que no nos ocurra lo mismo. Y hablar con estas personas me volvió a recordar lo importante que es acercarse a una persona para escucharla, queriendo saber y entender».

«Cuando me empiezan a explicar que con la llegada de las ONG han subido mucho los precios de las viviendas y eso impide que puedan ir a la universidad los chavales de las islas de alrededor, o la historia de este anticuario al que han robado un montón de veces, y es normal que le roben porque son personas que no tienen nada, pero al final sobre él está recayendo todo el fracaso de las políticas europeas, acabas entendiendo que estas personas de Lesbos quieren lo mismo que los migrantes allí encerrados: que puedan seguir su viaje migratorio. Y esto me parece una herramienta muy potente para contrarrestar las pretensiones de la ultraderecha, porque si los únicos que validan la experiencia de estas personas es el neofascismo, como se ve también en España con VOX y con algunas vivencias en barrios periféricos de las ciudades, entonces dicen claro, es que desde la izquierda o los medios progresistas me dicen que lo que yo estoy viviendo es mentira así que voy a votar a los que me creen».

«Lo importante entonces desde el periodismo es contarlo pero también señalar que los responsables de la situación no son las personas migrantes. Hay relatos periodísticos que se enfocan solo sobre las víctimas de las violaciones de los derechos humanos, pero si contamos lo que pasa en la comunidad va a ser algo mucho más rico porque explica todas esas dinámicas, y además les decimos a las personas autóctonas y a las que llegan de otros sitios, a todos los actores de una comunidad: todos os estáis enfrentando a una situación muy compleja, cada uno desde vuestro espacio y de vuestra historia, pero todos vuestros miedos y vuestros dolores son legítimos».

«Las personas que a veces se sienten incómodas con mi discurso o con mi trabajo no son reaccionarias ni insolidarias, sino que están con sus propios problemas, en su entorno, luchando y con una sensación de mucha tristeza, porque creo que estamos en un momento histórico muy triste, por la crisis económica, por la pandemia…»

Y entrar en la complejidad de esas situaciones hace que se tambaleen nuestros prejuicios, con lo que su trabajo no sirve solo para que comprendamos lo que sucede allí, también para comprender qué nos sucede a nosotros, por qué nos instalamos cómodamente en nuestras versiones maniqueas.

«Es que veo en mi entorno cómo se está fragmentando nuestra sociedad y que cada vez cuesta más hablar con nuestro vecino, con nuestro tío o tía, con nuestra hermana de temas que son fundamentales; veo esa polarización y crispación, por ejemplo, en mi caso, al trabajar el tema de derechos humanos; estamos en un país en el que los derechos humanos parecen una cuestión de activistas, no de cultura democrática, y que yo, con mi presencia y mi discurso, estoy culpabilizando a personas que no están tan implicadas en temas sociales. Y las personas que a veces se sienten incómodas con este discurso o con mi trabajo no son reaccionarias ni insolidarias, sino que están con sus propios problemas, en su entorno, luchando y con una sensación de mucha tristeza, porque creo que estamos en un momento histórico muy triste, por la crisis económica, por la pandemia… Y cuando veo esos contextos en los que las situaciones están radicalizadas, quiero entenderlas para saber cómo gestionarlas aquí, porque me preocupa mucho cómo se ha perdido la posibilidad de diálogo con quien piensa un poquito diferente, y cómo todo se vive desde la susceptibilidad y el ataque personal y no como forma de compartir ideas diferentes. Y creo que estamos a tiempo de evitar que todo salte por los aires, como ha saltado ya en otros sitios«.

En algún lugar del libro se dice que es importante que los y las periodistas no solo viajen en avión, también en metro. Porque no todas las grandes violaciones de los derechos humanos suceden lejos de Europa.

«Siempre he dicho que el periodismo más valioso y más difícil de realizar y que tiene más implicaciones en tu vida personal es el periodismo local. Cuando vivía en Asturias hice un reportaje sobre un centro de menores en el que había maltrato a los menores, hice una investigación para la revista Atlántica XXII durante semanas, con testimonios de chavales que estuvieron allí encerrados, trabajadores, extrabajadores, informes de los juzgados… y yo estaba convencida de que, cuando se publicase, el Gobierno de Asturias iba a tener que tomar medidas, pero no solo no lo hizo sino que como yo no solía hacer periodismo local, hubo personas que lo vivieron como una traición. Porque cuando yo volvía de Palestina y presentaba reportajes, me daban palmaditas en la espalda, qué bien cuentas lo que pasa a la gente de allá, pero cuando muestras lo sucio bajo la alfombra de repente ya era molesta, y ya no les gustaba tanto mi trabajo. Y los periodistas locales que se dedican a eso se enfrentan a represalias diarias».

«Se ha exotizado mucho la imagen del periodismo internacional, muy ligada a la del reportero aguerrido y todo ese rollo. A mí también me gusta hacer periodismo en mi país, primero porque me permite hacer periodismo de investigación, algo difícil cuando vas a hacer una cobertura internacional, en la que cuentas lo que está pasando pero no sueles tener tiempo para hacer investigación en profundidad. Y dos, porque me permite conectar algo fundamental y es que lo que está pasando con la ultraderecha, con cómo se está socavando la democracia representativa, no solo sucede en España o en Europa, es una dinámica y una estrategia internacional para secuestrar las democracias, y si no trabajase aquí no sería capaz de conectar esos dos mundos».

«Periodísticamente, me parece muy importante desmontar todas las falacias que se han construido a través del lenguaje»

En Miedo se dan datos que nos quitan la ilusión de que vivimos en el mundo libre, de que tenemos una cierta superioridad sobre otras sociedades; por ejemplo, que hay unos 2.000 centros de detención de inmigrantes en Europa en muchos de los cuales la prensa no puede entrar. Leer algo así te obliga a preguntarte en qué sociedad estamos viviendo, qué imagen tenemos de ella, cuánto desconocemos. Y cuánto se silencian esas informaciones.

«En Europa vemos cómo la democracia se ha ido vaciando de contenido en términos de justicia social y cómo eso la ha debilitado. Eso lo explicó muy bien Ece Temelkuran en Cómo secuestrar un país, un libro fundamental sobre cómo se están destruyendo las democracias. Europa está jugando a preservar su imagen de espacio en el que se respetan los derechos fundamentales pero no preocupándose lo suficiente de que se respeten de verdad. De todas formas, y esto es lo terrible, la UE sigue siendo el territorio más garantista de todo el planeta, lo que nos muestra cómo, en realidad, la barbarie y la ignominia gobiernan en la mayoría de los territorios. Ahora con toda la polémica sobre el tenista en Australia, hay que recordar que este país lleva muchísimos años con centros de detención de personas refugiadas en islas donde pueden permanecer años, sin que nadie sepa de ellas y sin acceso a un abogado, lo que nos recuerda a los delitos nazis de la Segunda Guerra Mundial. Me preocupa mucho cómo en la pugna entre potencias como Estados Unidos, China, etc. la UE está admitiendo su incapacidad para blindar los derechos fundamentales y se plantea, por ejemplo, que si consideran que las fronteras están en peligro se puede suspender el derecho de asilo, y eso significa suspender el estado de derecho en la UE. Y, entonces, ¿qué eres, en qué te conviertes, solo eres una unión económica pero no te riges por los derechos fundamentales?».

«Y, periodísticamente, lo que me parece muy importante es desmontar todas las falacias que se han construido a través del lenguaje. El hecho de que tengamos que explicar que la reforma laboral es un intento de lucha contra la precariedad y que las personas reciban un salario que les permita sobrevivir, ni siquiera construirse unas vidas plenas con posibilidades de mejora… no, sobrevivir hasta final de mes, porque tenemos un país con una tasa muy alta de trabajadores pobres. Y tienes que estar escribiendo a la contra porque el discurso mediático mayoritario es que eso es un peligro para la economía del país y, como se repite una y otra vez, la ciudadanía e incluso los que reciben salarios miserables, piensan que esta normativa va a ser mala para el conjunto del país. Me parece muy difícil escribir pensando, preventivamente, en que puedan decir que hemos dicho cosas que no hemos dicho, manipulando nuestros textos. Y para eso necesitamos tiempo y espacio para la escritura y la conversación y una ciudadanía dispuesta a estudiar; porque informarse es estudiar, y eso cuesta tiempo, esfuerzo, y, para quien pueda, debería costar dinero porque eso significaría que estamos intentando sufragar el coste de esa información libre. Pero si lo que tenemos es una parte de la ciudadanía agotada por sus propias condiciones de vida, por sus propias luchas y sufrimientos, y ha perdido la confianza en la información, ¿a quiénes les estamos contando estas cosas? A menudo, a gente ya convencida, y eso es muy frustrante porque si la información no tiene incidencia y no tiene capacidad de transformar pierde su función».

Pero el problema no es solo de la prensa; hay un desprestigio generalizado del conocimiento, porque desde determinados medios e intereses, lo intelectual, el saber y la ciencia se presentan a los ciudadanos como algo de élites aliadas de los políticos tradicionales. Es muy difícil luchar contra esa desconfianza constante contra todo lo que sea pensamiento, conocimiento, información  contrastada. 

«Cuando se funda el periódico El País, en su libro de estilo se recoge que la función de los medios de comunicación es mejorar el nivel cultural de la población. Así que a veces leer requiere un esfuerzo, porque tienes que poner de tu parte, querer entender, quizá incluso buscar palabras en el diccionario; claro, tenemos que intentar traducir temas complejos para que sean comprensibles, pero el mundo es un lugar complejo, y se ha debilitado mucho el músculo social de la capacidad de comprensión, sobre todo por esos programas de televisión que son instrumentos de envenenamiento de la democracia y de la convivencia. Y si lo que llega a la población son discursos simplistas, maniqueos, que pretenden enfrentarnos, cuando intentas hacer llegar reportajes con matices, puntos de vista que se complementan y en los que no hay verdades categóricas, sino en los que se trata de explicar cuáles son las dinámicas, al minuto tres ya se han desconectado. Pero sí creo que, sobre todo a partir de 2018-2019, en los consejos de administración de importantes medios de comunicación se dieron cuenta de que esa falta de credibilidad en la que habían caído era un problema para sus negocios. Y algunos están intentando, con sus limitaciones, recuperar su buen hacer. Porque, y esto es importante, nunca ha habido tantas personas formadas, solidarias, con un afán de comprensión; aunque sean una minoría, son millones de personas, que se han formado, creen en la solidaridad y el internacionalismo, que piensan que pese a todo estamos mejor que hace un siglo, que se preocupan por la crisis climática y que encuentran placer en el conocimiento. Esa es una baza que no debemos olvidar: nunca ha habido tanta gente que cree en los derechos humanos como ahora«.

«La impotencia es la antesala de la amargura, y una ciudadanía amargada y enfadada ya sabemos que solo tiene dos salidas: la rebelión o el abrazo a los totalitarismos»

Otro obstáculo a la información y conocimiento es también el cansancio; yo mismo me salto noticias de forma casi inconsciente porque no quiero leer sobre otra catástrofe, otro horror, con la sensación de que los temas se suceden rápidamente, una catástrofe tras otra, sin tiempo para digerir ninguna; a lo que se suma la insensibilización de los grandes números. Y por eso está muy bien que en Miedo se combine la información general con la posibilidad de poner rostro a cada desastre, deteniéndote en la experiencia concreta y la biografía de cada persona, que dejan de ser violadas, perseguidos, maltratados, refugiados, así, en general, para ser personas individuales.

«Es que no tenemos capacidad para asimilar cinco catástrofes al día y ser informados en tiempo real de cada una de ellas. Hablaba sobre eso en una entrevista con el reportero Jon Lee Anderson. Las redes sociales tienen innumerables ventajas, pero también nos mantienen en un estado permanente de alerta: sentimos que si no acudimos a ellas nos estamos perdiendo esa última hora. Creo que, por salud mental, necesitamos recuperar la función que cumplían los medios de seleccionar la información más relevante del día, jerarquizar su importancia y permitirnos profundizar en las dos noticias de internacional, las dos de nacional y el reportaje de cultura que nos interesaba. Eso nos permitía entender lo más importante: cómo funcionan los procesos de los hechos noticiosos, qué actores están implicados y cómo se relacionan. Y comprender el contexto y relacionarnos con lo que nos está ocurriendo en otras esferas o territorios. Pero ahora leemos decenas de titulares al día y por la noche apenas recordamos dos o tres. Son solo descargas de adrenalina para nuestros cerebros, sin contenido real». 

«Además, como bien explicó Naomi Klein, estamos sometidos a la doctrina del shock orquestada por el neoliberalismo: somos informados puntualmente de todas las barbaries, tragedias y crisis que ocurren diariamente en el mundo, sin que la ciudadanía tenga posibilidad de participar para acabar con ellas. El hecho de que el expresidente Aznar se permitiese desoír a la inmensa mayoría que se manifestó en contra de la invasión ilegal de Iraq mantiene hoy sus secuelas: nos dejó claro que los gobiernos no representaban ya la voluntad popular sino, en su caso, los intereses privados de sus miembros. ¿Así que para qué vamos a querer esforzarnos por entender la crisis entre la OTAN, Estados Unidos, la UE y Rusia en la frontera de Ucrania si no vamos a poder hacer nada para evitar, de llegar el caso, el derramamiento de sangre de civiles? La impotencia es la antesala de la amargura, y una ciudadanía amargada y enfadada ya sabemos que solo tiene dos salidas: la rebelión o el abrazo a los totalitarismos. Antes de la pandemia vivíamos el mayor número de protestas ciudadanas en el mundo desde el 68. Creo que hay una mayoría que sabe que es urgente reconstruir las democracias, es decir, devolverles su sentido más allá de la teatralidad de votar cada cuatro años». 

«El amor es lo que nos permite entender por qué quienes más aman la vida son quiénes más la arriesgan para que otros la puedan disfrutar igualmente»

En mi introducción a esta entrevista mencionaba la valentía de Patricia Simón, pero en Miedo, más que de valentía, se habla de un concepto que en seguida pone en guardia a alguna gente cuando se saca de la intimidad o de la religión: el amor. Y parece que si la valentía es imprescindible para informar sobre ciertos acontecimientos, es el amor lo que empuja a continuar arriesgándose. 

«Sí, cuando Carmina Bascarán me dijo ‘El amor alegra, duele y cansa, pero nunca se acaba’, entendí realmente por qué quería ser periodista: porque creo en el amor como brújula ética y herramienta política. Porque el amor es lo que nos permite entender por qué quienes más aman la vida son quiénes más la arriesgan para que otros la puedan disfrutar igualmente, porque solo tenemos una vida y precisamente por eso los defensores y defensoras de derechos humanos no somos mártires, sino personas alegres que sentimos que la forma más interesante, divertida, plena y justa de estar en el mundo es entendiendo, como dijo el poeta Javier Sicilia cuando asesinaron a su hijo en México, que los otros somos todos”. 

«Por eso me llama la atención que a veces, por estar especializada en derechos humanos, me pregunten si soy periodista o activista, cuando creo que son dos dedicaciones completamente distintas y ambas absolutamente necesarias. Porque lo que demuestra esa pregunta es que no vivimos en un país con una cultura democrática; nuestra Constitución nos obliga a defender la Declaración universal de los derechos humanos y, sin embargo, se sigue pensando que quienes los defienden son activistas. Exactamente lo mismo que aquellos que no se identifican como feministas lo que están diciendo es que no creen en la radical igualdad de todos los seres humanos, que es lo que significa feminismo». 

«Y creo que esa defensa del amor como guía para una ética pública compartida, como herramienta política y como metodología es la que me permite no caer en el derrotismo y en la pesadumbre en la que nos quieren las élites políticas y económicas. Porque, pese a todo, en 2018 vivimos un resurgir imponente del movimiento feminista, en 2019 una movilización internacional sin precedentes de la juventud por la lucha climática, además de decenas de movilizaciones ciudadanas contra la precariedad y el creciente autoritarismo. Y la pandemia ha evidenciado que necesitamos un nuevo modelo, y la buena noticia es que en el ecofeminismo podemos encontrar muchas claves para lograrlo si queremos sobrevivir como especie y en condiciones que merezcan ser vividas. La gran esperanza es que el mundo está lleno de personas inspiradoras como las que aparecen en el libro y creo que quienes las conozcan a través de su lectura se contagiarán de su arrojo y alegría. Me queda la pena de no haber podido entrevistar a Berta Cáceres, para mí uno de los referentes de nuestro tiempo, cuya influencia creo que se entenderá con el paso de los años. Pero siento que el libro es también una de esas semillas que sembró su asesinato por defender la vida».

Enlace relacionado LaMarea.es 23/01/2022.

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