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Salvador Macip: «Las farmacéuticas deben asumir una responsabilidad» y «pueden regalar patentes» (14/03/2021).

Salvador Macip (Blanes, 1970) es médico, doctor en genética molecular y director de un laboratorio sobre envejecimiento y cáncer en la Universidad de Leicester (Inglaterra).

Combina su labor como científico con la de escritor y acaba de publicar Lecciones de una pandemia. Ideas para hacer frente a los retos de salud planetaria (Editorial Anagrama). La obra, breve y de clara voluntad divulgativa, plantea cuestiones como la imperiosa necesidad de una coordinación global para abordar problemas de salud, activar los mecanismos de prevención y actuación para hacer frente a futuras pandemias -que «llegarán»-, articular comités científicos independientes que asesoren a los gobiernos o cambiar la relación con el medio ambiente y cuidarlo para evitar que la zoonosis -el paso de virus de animales a personas- vaya a más. También advierte de que las farmacéuticas deben asumir una responsabilidad civil. Macip atiende a Público por videollamada.

Un año después de la llegada de la pandemia a Europa, ¿el fallo más importante es la falta de una respuesta global coordinada?

Si pudiéramos elegir una sola cosa que tuviéramos que mejorar de cara a la próxima [pandemia] sería esta: problemas globales, soluciones globales. No puedes atacar un problema global de 60 maneras distintas. Este error del principio todavía lo estamos cometiendo y se ha visto mucho con la vacunación, en la que estamos con la idea de que me vacuno yo y los demás ya se vacunarán cuando puedan. Si tienes toda la población vacunada, pero tienes Brasil sin vacuna y allí está creciendo el virus sin ningún tipo de control, saldrá una variante resistente y volverá a venir hacia aquí. El problema no se soluciona hasta que todo el mundo esté solucionado. ¿Cuándo será el final de la pandemia? Cuando no tengamos virus en el planeta y tenemos todavía por dos o tres años. Europa seguramente recuperará la normalidad este año, pero la pandemia no habrá terminado, porque es un tema global.

Una cosa es la teoría de defender una solución global, pero en la práctica ¿cómo se podría hacer? Usted mismo apunta que la OMS difícilmente podría ejercer este rol por falta de capacidad ejecutiva y por la dependencia presupuestaria de los estados.

El primer ejemplo que no funciona es Europa, donde la coordinación de la pandemia ha sido penosa. Escalarlo a nivel global aún será más complicado. Estoy muy de acuerdo que hay una diferencia muy clara entre la teoría y la práctica y es un problema de difícil solución, pero nos tenemos que poner a ello. La OMS tiene problemas de presupuesto, poder y también de prestigio, se la ve que no hace lo suficiente o que responde a determinados intereses, sea o no cierto. Pero vale la pena ser ambiciosos y un poco utópicos e intentar diseñar un sistema nuevo que pueda funcionar. Funcionará mejor si todos los países se ponen de acuerdo. Del mismo modo que la Liga de las Naciones tenía una lógica, porque había una necesidad de crear un organismo que mantuviera la estabilidad y la paz mundial, en este caso, existe la necesidad de crear un sistema de coordinación donde estemos de acuerdo la mayor parte de países. Empecemos por Europa, por ejemplo, y creemos un comité pandémico europeo y hacemos alianzas después con uno americano. Quizás una manera de hacerlo es por continentes y coordinarlo a nivel global. Soy pesimista porque se ha demostrado que cuesta mucho hacerlo, pero ahora es el momento de presionar, porque crisis como ésta habrá más.

En el libro afirma que deberíamos prepararnos para la peor situación, partiendo de la base de que en un futuro habrá nuevas pandemias. ¿Cómo se debería hacer?

Este es uno de los cambios de paradigmas que nos cuesta más. Los científicos lo vemos más claro, pero a los políticos les cuesta mucho prepararse para lo peor, porque implica un coste económico que puede no hacer falta, pero si no se hace y sucede lo peor no estamos preparados. En términos de pandemias hay tres niveles que se deben trabajar. El primero es el de vigilancia, debemos tener capacidad de detección rápida. Y eso está fallando mucho. Gran parte de las pandemias modernas están surgiendo en Asia, donde hay poca transparencia e intentan ocultarlo. Lo hemos visto con el SARS [síndrome respiratorio agudo grave] o con la Covid. Se debería conseguir sacar el estigma de donde surge la pandemia, el problema es esconderlo.

El segundo nivel sería establecer un sistema de reacción rápida, que active los mecanismos una vez surge el problema. Tiene que haber un sistema de cierre de fronteras rápido. Si tienes un problema y no sabes lo que es, cierre rápido, porque esto corre mucho. Depende de qué virus puede convertirse en mundial en días. Si detectamos un nuevo virus en un país concreto y se cierran las fronteras, al menos podemos frenar el golpe, porque esto nos da un tiempo de respiro para prepararnos mejor. Y el tercer nivel es la respuesta una vez estás en la crisis, y en este caso sería ser muy prudente con las medidas y evitar actitudes como las que han tenido muchos países, como España, que a la mínima que se relaja un poco la cosa ya abren. Si nos preparamos para lo peor en estos tres niveles creo que paramos mucho el golpe. El éxito o no de la gestión de la pandemia se mide en cuantas muertes has podido evitar.

También propone prestigiar la ciencia a nivel social y que se creen comités científicos independientes para asesorar a los gobiernos. En un año de pandemia no se ha hecho.

No y es bastante incomprensible que los países europeos no tengamos una figura como la del CDC [Center for Disease Control and Prevention] americano. La administración Trump dinamitó el prestigio del CDC para poder hacer lo que quisiera, pero es un centro independiente que ya existía, liderado por científicos, sin poder ejecutivo, pero con mucho peso como consejo asesor. Un organismo así debería existir en todos los países. Tampoco puede ser que no se sepa quién asesora al gobierno. En España hemos visto que el Gobierno toma decisiones, pero no hemos sabido quién le asesora, cuando se trata de que sean organismos y figuras muy transparentes, haciendo previsiones a largo plazo y en contacto con centros de otros países.

Se trata de prestigiar a los científicos, que los políticos sepan que tienen capacidad para entender y resolver estos problemas y, por tanto, puedan acudir a ellos cuando surjan. Y también que haya esta independencia y esta fluidez de comunicación entre los científicos y los políticos. Esto no quiere decir que tengas que dar todo el poder a los científicos, ya que los políticos deben considerar otros elementos, pero sí deben tener una comunicación clara y prudente con los científicos. Y de cara al público es básica la transparencia, es decir, cuando tomas una decisión que se sepa porque lo haces. Si decides cerrar el país o abrirlo, explicar porque y qué consecuencias tendrá.

Con las vacunas estamos viendo una especie de ley de la selva, muy conectada al capitalismo salvaje, con el acaparamiento de las dosis por parte de los países ricos. En el libro plantea cambiar el sistema de producción. ¿Habría que evitar dejar un tema como este en manos del mercado?

La situación de las vacunas es penosa. Iniciativas como la COVAX son bienintencionadas, pero no están funcionando. Idealmente no debería ser el mercado quien lo liderara, debería ser algo centralizado y que se distribuyera de una forma lógica, pero esto no está pasando. Se debería ver como un problema global y coordinar globalmente la distribución de vacunas. Es incomprensible que haya países con casi todos vacunados y otros que ni hayan comenzado, tanto desde un punto de vista ético como práctico, porque el virus volverá a venir.

El otro elemento es cómo encaja la iniciativa privada en los sistemas de salud. Las farmacéuticas son una pieza clave de los sistemas de salud mundial. Los gobiernos no tienen dinero para pagar los ensayos clínicos, no puedes hacerlo si no tienes detrás una compañía fuerte metiendo millones y millones, y la compañía querrá recuperarlos, no es una ONG. Toda farmacéutica va a hacer dinero, pero a la vez debe entenderse que no vende zapatos o camisetas, sino fármacos que salvan vidas y, por tanto, tiene una responsabilidad civil que debe asumir.

Si esto significa que la patente de la vacuna la tienes que regalar a ciertos países, pues lo haces a cambio de otro beneficio. Por ejemplo, si tienes un fármaco que salva vidas y necesitas que todo el mundo tenga acceso a él, liberalizas la patente para que todo el mundo pueda fabricarlo y, a cambio, a la compañía le prolongas la patente de otro fármaco, por ejemplo, la de la Viagra, que es de Pfizer. Las farmacéuticas son necesarias y tenemos que ver cómo lo hacemos para que se comporten de forma adecuada y a la vez hagan dinero. Esto se puede hacer mejor para evitar las desigualdades que estamos viendo, porque no puede ser que las decisiones de salud global recaigan en compañías que tenga como interés hacer dinero.

La otra cuestión clave es la necesidad de cambiar la relación con el medio ambiente y tener en cuenta lo que se llama salud planetaria. Es una cuestión que, al fin y al cabo, está muy ligada al modelo económico. ¿Ve viable que cambie mucho a corto plazo?

El concepto de salud planetaria es utópico, pero ya hace cuatro o cinco años que está en marcha y ya hay un nivel de concienciación importante, en buena parte dado por el cambio climático, que ha abierto la posibilidad de hablar de la salud del planeta desde un punto de vista global. Ya no es una cuestión de mensajes tipo salvemos el planeta, salvemos los animales o salvamos el ecosistema, sino que ya hemos visto que si no lo hacemos vendrá un virus y nos quedamos todos bloqueados, esto es un poco más potente a nivel de mensaje. Pensemos desde un punto de vista egoísta que si no lo hacemos bien, vamos a sufrir todos, y la consecuencia es que si lo hacemos, también salvaremos el planeta. Debemos pensar que la salud del planeta depende de nosotros y nuestra salud depende del planeta. La salud planetaria no es un tema que se solucione de hoy para mañana, pero se han puesto las primeras piedras y crisis como ésta ayudan a cimentar y a dar importancia a todo este movimiento que antes quizás no estaba tan estructurado y ahora estamos creando una disciplina científica. La conclusión es que si no cuidamos al ecosistema tendremos problemas muy importantes a nivel de cambio climático, pero también a nivel de zoonosis con virus que irán viniendo cada vez más de los animales hacia los humanos.

Fue muy crítico con cómo se hizo la desescalada acelerada de la primera ola. Ahora la sensación es que se es mucho más prudente y se va más despacio. ¿Es un aprendizaje?

Ojalá. No estoy totalmente convencido, porque creo que el factor calendario pesa mucho. Lo que debe dictar la desescalada es la realidad epidémica, es decir, si se puede o no se puede hacer. Boris Johnson lo resumió hace unas semanas en una rueda de prensa con una frase que es muy buena: «las medidas las iremos cambiando de acuerdo a los datos, no a las fechas». Ojalá que se haya aprendido y en Semana Santa y en verano no se haga más de lo que podemos hacer. Entiendo que la situación de los políticos es muy complicada, porque están atrapados entre dos polos, sobre todo en los países del sur de Europa que dependen más de turismo y tienen un margen maniobra cada vez más corto, porque hay una crisis económica galopante y se pide que se solucione relajando las medidas que están conteniendo el virus. Quizás no es la manera. Si pudiéramos solucionar la crisis con medidas económicas, inyectando dinero a los campos que lo necesitan, sería mejor que abrir puertas y relajarnos. Veremos si se ha aprendido, pero tanto en verano como en Navidad se falló. Es cierto que la situación es diferente y se está yendo con cierta prudencia. Creo que la diferencia la hace la vacunación y las restricciones que puedas aplicar o no la hace el porcentaje de población que tengas vacunada. El Reino Unido se puede permitir planear la escalada final hasta junio, porque llevan más de 20 millones de vacunados, pero España no lo tiene, tiene un 8% de vacunados, y entonces cuesta mucho más hacer una desescalada bien controlada.

Finalmente, también dice que no cree que la vida post-pandemia cambie mucho respecto a la de antes.

Me temo que será así. Repasando la historia de la humanidad, al final lo que aprendemos es limitado. Todas las cosas que significan sacrificios si nos las podemos evitar no las hacemos. Es cierto que la pandemia nos ha cambiado mucho la manera de actuar, pero a la que podamos volver a la vida anterior, lo haremos. Quizás sí habrá ciertas cosas que se harán, y en el libro también lo digo, como el teletrabajo. Pero no imagino un escenario en 2023 de la gente diciendo que no viaja a Australia, Japón o Argentina porque no es necesario. Espero equivocarme y que seamos más respetuosos con el medio ambiente y más razonables, pero cuando termine la pandemia lo último que querrá la gente es oír hablar de otra pandemia y de hacer prevención.  Estoy seguro de que el péndulo volverá a ir donde estábamos. Y es responsabilidad de todos, sobre todo de los políticos, intentar incorporar el máximo de cosas que hemos aprendido estos meses en nuestra vida, pero me temo que será difícil.

Enlace relacionado Público.es 10/03/2021.

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